domingo, 30 de junio de 2013

Falsa Modestia.


—Mientras apuntaba a la cabeza de mi esposa—El hombre se relame los labios, sintiendo su bigote sin arreglar por meses y una que otra gota de amargo sudor. Tampoco se había bañado recientemente—Comenzó a gritar como loco—Se detiene para tomar aliento; siente la garganta seca y los párpados pesados. Frente a él hay un vaso de agua. Pero sabe que no debe tomarlo—Dijo que ahora que me había casado con ella era demasiado feliz y mis novelas no serían las mismas, dijo que no había escrito durante meses y ella era la culpable—Esperó a que vinieran las lágrimas, pero no llegó nada. Miró al detective que estaba interrogándolo, no había ningún signo que descifrar en su cara—Dijo que la mataría para que yo pudiera volver a escribir—Y entonces sí salieron unas cuentas lágrimas, pero no pudo definir si el motivo de ellas eran el recuerdo de su mujer, o la dura mirada del hombre frente a él, o si era la emoción de por fin experimentar en carne viva un interrogatorio, una de esas escenas que tanto solía describir en sus relatos.

—Déjeme ver si entiendo—Murmura el hombre de traje negro y barba llena de canas, con cansancio—Un fan de sus novelas asesinó a su esposa frente a usted—Lo apuñala con sus orbes negros, escarbando en su piel y en sus gestos nerviosos.

—Eso le digo—Trata de mantener la calma, pero él no le quita sus ojos de los suyos—¡Eso es, le digo!—Golpea el vaso de agua con el dorso de su mano, este se estrella contra el piso y se hace añicos. El detective lo ve con pesar. Sabía que no debía tocar el vaso.

—¿Usted sabe que es un escritor muy famoso?

Ríe—¡Usted me halaga!—Se sonroja.

—¿Lo sabe?—Repite, exasperado, llevan horas encerrados en ese cuarto.

—Sí.

—Entonces usted está consciente que diariamente lo sigue mucha prensa,  ¿verdad?—Se toma el puente de la nariz, cerrando los ojos.

—¿Insinúa usted que el asesino de mi mujer es un periodista?—Se exalta el rubio levantándose de su asiento, pasándose las manos nerviosas por toda la cara; está sudando copiosamente. El investigador también se separa de su asiento, azotando una carpeta amarilla contra el escritorio. El interrogado vuelve a tomar asiento. El detective le invita a ver el contenido desparramado por la mesa repleta de marcas de taza de café y de cuchillo, o de uñas. El interrogado toma las fotografías.

—Lo que insinúo es que un periodista capturó el momento exacto en que usted levantaba un arma de fuego y le disparaba por la espalda a su esposa—Entrecierra los ojos y exhala con fuerza, dándole un vistazo al cuarto oscuro, alumbrado nada más que por una ampolleta de luz. Ríe. Es tal como en las novelas de su interrogado. Cómo las ama. Ya no podrá leerlas tranquilamente—¿Por qué mató a su esposa señor?

Un segundo de silencio, o tal vez menos. Explota.

—¡Ya no podía escribir nada nuevo!—Y ahora las lágrimas fueron de verdad—Solo esos poemas que nadie quería leer, esas rimas gangosas, esa, esa...¡cursilería cliché!—Se echa sobre la mesa a llorar—Pero...¡ahora ya estoy bien, tengo tantas ideas!, un escritor que mata a su esposa porque es demasiado feliz y no logra escribir novelas de misterio, luego escapa de la justicia matando al detective que lo interroga y...

—¿Eso es suficiente?—Le pregunta al espejo. En un santiamén entran  unas cuantas personas; hombres y mujeres vestidas como el inspector  toman por todo lado posible al escritor. Lo esposan y lo ponen contra la pared.

—¡No me importa, no me importa nada!—Grita el hombre revolviéndose contra la pared, escupiendo y tratando de  morder las manos que lo atan—¡Yo la maté porque ella me estaba matando a mí y todo por lo que he trabajado!, ¡ya no podía escribir!—Habla como si fuera algo obvio. Rompe en llanto—¿De qué sirve mi vida si no puedo escribir?, ¡ella me mató primero, pero nadie se la llevó!, con sus vestidos color pastel y sus tartaletas de guinda, nadie se las llevó.

El tumulto se lleva al rubio enloquecido, el inspector desde la sala de interrogación escucha un chillido repetido:

"En la cárcel no me negarán el papel, y mientras haya papel, ella y yo seguiremos viviendo"

—Y muriendo—Lanza un último suspiro la mujer, cerrando la novela. Prende la televisión mientras se acomoda en el sofá. Aun hombre lo arrestaron por asesinar a su esposa—Te lo mereces puto.

—¿Dijiste algo cariño?—Pregunta una voz masculina, saliendo de la cocina.

—Nada, solo veía las noticias—Le sonríe a su esposo—Terminé tu novela por cierto, me ha encantado.

—¿Sí?, muy bien, ¿salimos a cenar?

—Me encantaría.

—Pero esta vez, querida, por favor evitemos a los periodistas.

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La imagen es de Ernst Ludwig Kirchner, y en español se llama "El asesino".

1 comentario:

  1. Me encantó, como siempre. Jajaja. Sólo un pequeño comentario, hay un "vaso" que está escrito como "baso" al principio. Supongo que se te fue el dedo mientras lo escribías jajaja.
    ¡Espero leerte pronto!

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