domingo, 30 de junio de 2013

El cielo de los pobres


Después de morir no hay nada.
Solo una pantalla en negro que te indica que se ha acabado la función y debes abandonar la sala.

O eso pensó por trescientos años, mientras yacía enterrado en algún punto de la tierra cuyo nombre tal como lo había conocido en su niñez ya no era tal, sino algún apellido de un personaje histórico contemporáneo que a él, sinceramente, le daba lo mismo.

Lo que hacen trescientos años bajo tierra.

Había sido una sorpresa morir. Accidente de tráfico.Primeros autos.Quinta base. 18 años.
Siempre se preguntó si su novia había muerto también allí, pero ya daba igual como muchas cosas; había pasado suficiente tiempo para que también estuviera en un ataúd, o en alguna parte, contando ovejas como él, esperando algo o alguien.
Había sido una sorpresa despertar, es decir, "despertar" después de unos cuantos... ¿días?. Lo hizo sonriente pensando que todo había sido una pesadilla, pero grande fue su espanto al ver que esta no había terminado, sino todo lo contrario: estaba recién empezando.
No podía mover ninguna parte de su cuerpo, ni si quiera parpadear, y aunque se sentía consciente no veía nada más que un superficie negra, oscuridad absoluta e incorpórea que ni si quiera podía palpar o arañar con la frustración de un bebé, nada, solo veía eso y sus propios pensamientos, como si estuviera haciéndose el dormido para molestar a Claire-oh, ¡así se llamaba!-pero de alguna manera, esta vez ya no resultaba tan gracioso, no lo era para nada cuando no podía ver sus mejillas inflarse con enojo.

Le tomó un tiempo reconocer que estaba muerto y que estar muerto era así. Sintió su propio cuerpo podrirse y desintegrarse, vivió temblores y escuchó gritos histéricos en la superficie, fue feliz cuando sus párpados se hicieron polvo, como el resto de él, y pudo ver otro tipo de oscuridad, oscuridad sí, pero esta era más clara y, ¿cuantos años, días, segundos habían pasado?, un cambio como ese se había convertido en el acontecimiento de su vida post-mortem.

Hasta ese día.
Porque luego pasó aquello.
Y es que a veces, para vivir situaciones interesantes, se necesita estar muerto.

Creyó que era un temblor. Luego, un terremoto, pero duró demasiado.
Un resplandor lo llenó y luego sintió vértigo infinito.
¿Estaba subiendo o bajando?
No lo supo. La oscuridad se volvió más negra y espesa luego de eso...pero después...pudo abrir los ojos, después de siglos, pudo abrir los ojos y sintió un cuerpo que lo envolvía; piel rosada, y huesos firmes, un vestido blanco, manos suaves y pequeñas. No se recordaba así mismo de esa manera, pero le dio igual como muchas cosas. Parpadeó varias veces antes de mirar lo que le rodeaba; un paraíso, muchas mujeres rubias, rosadas y de vestido blanco se movían alegres e inquietas de un lado para otro, riendo. Él mismo estaba parado sobre una superficie blanca y blanda, y su cabeza era vigilada por un...¿cielo?...verde agua que le hizo sentir en paz.

—Bienvenido—Una voz femenina y suave llamó su atención, y él giró con deleite su cuerpo, sintiendo cada uno de sus músculos, con una sonrisa. ¿Sonrisa?, sí, esa era una de las cosas que podía hacer cuando estaba vivo.—Disculpa el retraso, tuvimos que lidiar con la segunda guerra mundial.

Buscó su boca y la encontró donde recordaba que solía tenerla, movió su lengua, saboreó su paladar, sabía a....¿plástico?—¿Estoy vivo?—Preguntó confundido, su voz era igual de suave que la de...¿ella?.

—No, estás muerto—Le sonrío la...¡mujer!, sí, así se llamaban—Pero estás es un lugar mejor que la tierra.
—Se movió nerviosa, como si estuviera  a punto de darle la noticia más emocionante e importante que pudiera escuchar—¡En el cielo!—Se iluminó su rostro—Ahora ve, camina por el lugar y has un recorrido. Es hermoso—Suspira.

—Eso haré—Se sintió satisfecho con su voz, quitando la mirada de ella y dejándola vagar por el lugar, que al parecer, no tenía mucho más que mujeres—¿Cuál es tu nombre?—Le pregunta, soltando una pequeña risa al final por las cosquillas que le causa el movimiento de su lengua.

—Adolf Hitler—Dijo cantarina antes de irse dando saltitos.

—¡Un gusto Adolf!—Alcanzó a....¡gritar!, preguntándose qué tanto habían cambiado los nombres durante el tiempo que había estado muerto, como para ponerle un nombre que él recordaba de...¿hombre? a una hermosa jovencita.

Comenzó a mover sus torneadas piernas y se sintió feliz con el ritmo envolvente de sus caderas. Cuando se aburrió de ver el ritmo de sus pies, miró el frente, al parecer infinito. Se topó con varias mujeres y se extrañó al ver que todas eran iguales. Tal vez era asunto de la evolución. Se preguntó si al caminar más se encontraría con gente más antigua, de su época, comenzó a sentir un extraño pálpito en su corazón al pensar que, después de tanto tiempo (mucho, mucho tiempo), podría volver a encontrarse a Claire, a besarla, que volvería a hacerse el dormido mientras ella inflaba sus mejillas de manera adorable. Además le entraban ganas de un polvo.

Caminó. Caminó. Caminó.
Pero el paisaje seguía siendo el mismo y comenzaba a tener la impresión de que no estaba avanzando. ¿Cómo era posible encontrarse siempre un tumulto de chicas lanzándose una sobre otras y que el mismo verde cubriera todo el...¿techo?...?

Se dio cuenta que sí estaba moviéndose cuando llegó a la orilla de un lago, donde varias mujeres parecían estar llorando, miraban en el...¿quizás sus reflejos?. Él también se acercó a ver la clara agua y allí no halló más que el retrato de una bella mujer, como todas allí, rubia y de piel rosada. Pero él no se recordaba así, él se recordaba de pelo...¿castaño?, pero por sobretodas las cosas, él creía ser hombre.

—¡No lo soporto más!—Gritó una de las congregadas allí, levantándose y sacando de su espalda un par de alas—¡Esto no es el cielo, es el infierno!... no he podido encontrarme con Marcos, ¿cómo voy a encontrar a Marcos si todos somos iguales?—Sus gritos parecían de júbilo a pesar de estar jalándose el cabello y tener una mueca de horror—¡Ni si quiera puedo llorar!...ya no aguanto, ya no aguanto...—Y de un impulso se zambulló en el agua. Las demás mujer lanzaron un sonido de asombro.

—¿Qué pasó?—Preguntó después de un rato—¿No irán por ella?—Agregó con más incertidumbre al notar que no salía a la superficie—¿Qué es lo que ha hecho?—Nadie contestaba, miraban consternadas el agua que, a pesar de recibir el cuerpo de la mujer, permanecía inalterable—...¿Por qué todos somos iguales?—Aprovechó de plantear su duda en voz alta, creyendo que no le prestarían atención.

—Porque esto es el cielo—Contestó una, casi en un susurro—Todos somos iguales y todos tenemos perdón, es un lugar....perfecto—Se levantó de su lugar y empezó a caminar en dirección contraria.

—Los ángeles que saltan por allí vuelven a la tierra—Habló otra—Convertidos en caídos. 

—¿Y...qué será de ella?—Volvió a cuestionar él, acercándose a quién le hablaba

—Mira tu mismo—Su mano se estiró como si se tratara de un...¿elástico? hasta tocar el lugar exacto del lago por donde la mujer se había lanzado. Una imagen muy vívida comenzó a correr, la de una rubia cayendo por un cielo de color azul, las plumas siendo arrancadas por la fuerza de la caída y su piel carbonizándose por la velocidad y todas las leyes malignas de Dios.

—¡Está desapareciendo!—Trató de sonar horrorizado, como se sentía, pero su voz no dejaba de sonar dulce y alegre, se apretó la garganta.

—No, se está transformando.—Efectivamente, luego de un proceso aparentemente doloroso, donde sus alas maltrechas cubrieron su cuerpo por completo y su tamaño disminuyó diez veces, al final solo quedó...

—¿Una paloma?

—No, un ángel caído.

Que vivirá hasta que lo maten por casualidad, pero que al menos podrá volar hacia donde desee.

Lo que hacen trescientos años en el cielo.

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el óleo es William Blake y su nombre en español es "La reina del cielo en majestad".

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