Llovió en pleno verano. Yo estaba afuera y cuando miraba los focos de la cancha del parque podía ver cómo los zancudos caían derrotados, muertos de frío, con las alas paralizadas.
Al otro día hacía calor otra vez y no importaba cuántos zancudos matara, aparecían cuatro más; sedientos de sangre, con dientes crueles. Sus mordidas ardían y dejaban moretones, no tenían piedad, si abrías la boca iban directo a tu garganta.
Estaban furiosos, como si buscaran venganza.
O esa fue mi impresión, al final, qué va a saber una de estas cosas.
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