sábado, 28 de febrero de 2015

Plegarias

Las casas empezarona flotar, no en el año cuatro mil. De hecho, sucedió hace unos días y sin la ayuda de ninguna tecnología escandalosa, ni con un empujoncito del diablo o algún espíritu, por desgracia. Eran supiros los que habían llenado esas paredes por décadas, ponzoñosos y tristes, aburridos y rotos desde el corazón que los lanzó en pena; buscaban un escape. Las casas más viejas fueron las primeras, crujiendo en su camino al cielo, chocando con las primeras nubes de contaminación. 
La gente tenía que tener cuidado de mirar hacia arriba, no fuera a caerles un poquito de adobe en el ojo, un escombrito de doscientos años, un cadáver de araña olvidado por la historia y la cadena alimenticia. Podía traer mala suerte.
Confundieron el sonido de la tierra tratando de retenerlas con pequeños temblores que no alcanzaban a salir en las noticias, creyeron que era algún comercial para la tele, una película lolein, una mala jugada de la cabeza. Pero no, eran los supiros, acumulados desde siempre: tristes, felices, enamorados, angustiados, cansados, desesperados, suicidas.
Porque los únicos que respondieron las plegarias de los humanos fueron los humanos, y ellos mismos, sin saberlo, se levantaron y volaron cada vez más adentro en el cielo; esperando ver algo que nunca iban a encontrar, porque estaban solos en ese lugar, solos sentados sus casas.

Marc Chagall

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