lunes, 10 de noviembre de 2014

Menstruando

Estoy indispuesta
es una frase que me enseñaron con una risa nerviosa en la cara
en medio de cuchicheos e intercambio de recetas para manejar el dolor,
mientras me regalaban un ramo de flores por ser una mujer.
Fue un día extraño que concluyó con una bolsa de toallas higiénicas
y ninguna palabra más del asunto.

Hoy, la regla
se revela como cursilería pura,
tierna analogía de un castigo que se empapa de una época que olvidamos por higiene
pero la marca de fuego en el útero no se va nunca
y todos todos todos esos diminutivos me revuelven el estómago
y me río para no llorar

porque no ha existido el día en que me desmaye al ver sangre
pero a veces escapo, y me da miedo averiguar por qué
cuando cierro muy fuerte las piernas
y tengo una mueca de asco atornillándome la boca
siento tanta culpa.

Solía consolarme con la magia del asunto
en esa sincronía secreta con la luna
pero siempre queda la vergüenza de andar escondiendo mi sangre
esa que es solo mía
herencia de mi cuerpo muriendo en paz
con el tiempo.

Quiero dejar que la sangre baje por mis muslos
hasta formar una poza en el concreto de esta ciudad,
quiero llenarme las manos de mí misma y levantarlas al cielo
pintarme los labios y la frente de rojo
y escribir con esta tinta de mi alma,
palabras en vez de flores para esa niña extrañada,
todavía enterrada entre mis pupilas estrelladas
aturdida con las cadenas de los hombres de la tierra.



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