La abeja voló directo al basurero.
"¿¿??"
La vió venir tambaleándose, pero no se movió ni un centímetro, porque no era su turno de morir hoy y había llorado hace unos segundos atrás. La abeja no la picaría. El insecto voló directo al basurero en un acto de rendición absoluta, esperando no molestar.
Se asomó al contenedor de metal y trató de buscarla con la mirada, tal vez solo había sido atraída por el dulzor del envoltorio del alfajor que se había comido mientras esperaba el transporte público. No la vio hasta el cuarto intento, consumida por los nervios: sus alas estaban apenas vibrando. Pensó en sacarla de allí, pero la micro llegó en el momento.
Está bien, no es como si pudiera hacer mucho.
Se sentó en el lugar para discapacitados con la escusa de un brazo enyesado y desde allí vio a varias palomas se peleaban unos huesos de pollo a la salida de un restaurant, desesperadas y sedientas por la carne que ellas no tenían. Una persona en delantal salió del interior del recinto a espantarlas con un escobillón, pero no se movieron: lo miraron desde su altura, agitaron sus alas sucias y los muñones de sus pies. El hombre entró con rabia, debía ser rabia, porque los vidrios retumbaron con dolor.
Durmió el resto del viaje. Se despertó dos paradas más allá de la suya y decidió caminar.
Cuando entró a casa fue al baño antes de cualquier lugar, por la bañera y a lo largo, había un fila de hormigas marchando.
"No soy la única", pensó aliviada.
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