domingo, 22 de junio de 2014

Rollos

René Magritte

Se mudaron a un barrio de clase media, pero la casa en la que vivirían estaba en ruinas, por eso lo barato del arriendo. En esa familia y en todas los lugares en los que había habitado con ella tenía una vida bastante normal, debe ser esa la razón por la cual se entregaba tan fácil a la fantasía.

Este fue el más notable ejemplo
A las cuatro de la tarde alguien en el pasaje tocaba una batería estruendosa y solitaria, totalmente molesta y descoordinada en un inicio pero con el tiempo se fue transformando en agradable ritmo envolvente. Dedicó horas enteras a imaginar a quién tocaba la batería, y luego, pasó días enamorado de esa persona sin rostro ni nombre que lo invitaba a salir y a ver películas los días en que el cine está más caro y hay menos gente; tuvo crisis de identidad sexual cuando en sus sueños el amante aparecía reclamando una identida masculina y después de aceptar su destino, las tenía cuando su imaginación le jugaba una broma de hijos biológicos y unos pechos prominentes.

a) A la semana
Para compartir algo con el vecino que, independiente del sexo (había terminado por decidir), era también el amor de su vida, ahorró lo suficiente para comprarse una guitarra acústica y acompañar en la comodidad de su propia habitación, y con ayuda de unas clases previas vía internet, la batería cada vez más dulce y jugosa.

b) A los meses
Se decidió a averiguar algo de el (su) baterista, mas en la casa no se veía mucha actividad ni otras personas que vivieran allí a parte del músico mismo. A veces, se quedaba toda la tarde mirando por la ventana y de vez en cuando, veía que alguien salía en un auto pequeño azul eléctrico, de vidrios polarizados.

c) Al año
Su mamá dijo haber conocido a su nuero, se lo repitió infinitas veces hecha sonrojos y risitas, y eso fue el colmo: hizo dos bandejas de galletas horneadas y fue a la casa del vecino para al fin conocer al, ahora estaba confirmado, hombre con el cual había estado fantaseando. Tocó la puerta y para su sorpresa no estaba nervioso ni asustado, al contrario, jamás se había sentido tan calmado en su vida; quizás es por esos momentos de total seguridad y amparo en la vida que la gente se acuclilla abajo de la esfinge del destino, esperando un azar aventurero con euforia o resignación, también.

Le abrió un hombre de unos sesenta años.

—¿Se te ofrece algo?—Quedó paralizado, porque ni se había puesto en esa situación.—Ah, tú eres el hijo de la vecina, ¿pasó algo?—Era educado. Su cabeza estaba repleta de canas y su cara, de arrugas.
Estalló en risas.
—Pues nada, me preguntaba si podía venir a tocar la guitarra con usted, para acompañar la batería.
Y entonces se rieron los dos.

Establecieron una amistad muy fuerte, se juntaban todos los días a tocar. Lo hacían pésimo.

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