Eran dos y crearon el universo de puro aburrimiento. Eran dos porque sí, porque por qué no; no había simbolismo ni representaban tal cosa como la fertilidad, ni había equilibrio alguno, nunca lo hubo: a ellas les gustaba el caos y con él y de él habían nacido, así que cuando imaginaron el universo, lo amamantaron con explosiones y leche picante, dulce, como sus sonrisas sin más forma que el de una sensación de eternidad.
No creyeron que quedarían tan exhaustas, agotaron sin querer y con descuido su energía y fueron tragadas por la gravedad (curiosas cosas se crean con la destrucción) de uno de los tantos planetas que habían brotado. Allí fueron perdiendo su fuerza hasta sumirse en un sueño profundo mientras ese meteoro ardía y luego se enfriaba, mientras pasaban miles de millones de años y lo habitaron las criaturas más maravillosas, mientras se congelaba y se volvía a descongelar, mientras la muerte lo poblaba y los monos sin pelo inventaban cosas como la esperazana. Ellas dormían.
Las encontraron por casualidad allá por el 3000, divinas, intactas, las proclamaron las momias mejor conservadas.
Cuando despertaron, estaban tras una vitrina.
Divertidas, escaparon y trataron de mezclarse entre su creación. Por la televisión anunciaban el robo del milenio, en un museo de por allí cerca.
Se rieron de los dioses que sus monos sin pelo habían imaginado y de un día para otro comenzaron a ser perseguidas por estos seres que, al parecer, sí existían. Subieron a conocer a unos, bajaron a saludar a otros, sin comprender nada de lo que sucedía.
Se insultaron, se reclamaron los derechos sobre las almas de los animales, cosa que ellas no habían ni considerado; hablaron sobre números de fieles por dioses y se rieron en el receso de las plegarias que a veces caían en las puertas de sus altares.
Las creadoras permanecieron en la confusión y decidieron que eso no les gustaba. Empezó así una guerra de mil años: ellas contra la pila de farsantes que los humanos, así se llamaban a sí mismos, habían invitado a convivir con ellos en la desesperación; y una vez exterminados todos, ya era demasiado tarde. Vivieron tanto tiempo entre esas frágiles criaturas, que aprendieron más de lo necesario, y deseos y ambiciones extrañas comenzaron a crecer en sus corazones:
se enamoraron, se pelearon, se desearon, quisieron dejar existir, anhelaron que nada como el encuentro con la otra hubiese pasado jamás.
Y así fue como se destruyeron y, con ellas, lo que les rodeaba.
De la explosión un nuevo universo: tembloroso, crispado, repleto de sonidos retumbantes. Mas sin una vida que lo pueble, ni lo destruya.
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