Adolphe William* |
Puta
mala, puta insigne, puta cara bien barata, puta falsa de senos arenosos,
puta malpeinada bien puta, puta buena. Arrastrando las plataformas desde
que tu madre te dijo que no había más lugar en la casa; comiendo, bebiendo e
inhalando lo que te daban de beber, comer e inhalar, a veces mirando las
flores, siempre mirado las flores del estampado chillón de la casa de
siempre en la esquina del colegio católico al que tu papá, un señor o
varios que venían de tanto en tanto, quería que fueras. Te dicen la puta,
como si fueras la prostituta definitiva sobre este pueblo pequeño, reina
de tantas cabezas tristes, de tantos nombres, más valiosos que los
palacios grades del mundo de allá de afuera, eres dueña de calles y de secretos, de atajos por los callejones oscuros, de los chismes que se arrastran con los pies
borrachos de cumplidos, con sabor a colonia barata, a humo y a perfume.
Puta, bien puta, mala mujer, buena puta, buena mujer. Pero siempre mujer.
Qué bueno que siempre tuviste senos, menos mal que fuiste a que te hicieran un arreglín en el pene: tu trabajo no te importa mucho pero oye, qué satisfacción te da cuando te dicen puta y qué linda esta generación y la muerte progresiva del insulto.
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*creo
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