domingo, 23 de febrero de 2014

Noragami

El terrible hecho de no creer en dios ni cielo alguno pero tener la necesidad punzante de la existencia de un infierno donde los imbéciles fueran castigados, la llevaron a decidir desde temprana edad (17) que quería ser un dios; con su propio infierno, y con su cielo por defecto. Lo cual era bastante difícil en un mundo sin monstruos ni villanos del tipo extraterrestre que combatir; la mayoría de las criaturas malévolas se encontraban en las cabecitas de los mismos seres humanos que transitaban indefensos por la calle; estaban en su cabeza también, estaban en su sombra y en los deseos macabros que a veces se asomaban a su cabeza, teñidos de sangre.
Y como si no fuera ya demasiado, en este planeta globalizado que le tocó vivir, andar por la vida deshaciéndose de criaturas viles la elevarían, sí, pero solo hasta la fatal categoría de superhéroe: lo que desde su punto de vista era bastante trágico desde que lo consideraba una especie de eufemismo para trabajadores públicos con trágicas backstories, término bastante lejano a la fuente de infinita energía que ella planeaba ser. Sí, que se jodan los griegos. Tal vez el prototipo de dios era más del tipo católico, cuado Jesús decía que ser prostituta estaba okey y probablemente estaba okey con los homosexuales. Que se jodan los curas, también.
De todas formas, el camino para convertirse en dios fue duro y agotador, porque necesitaba un reconocimiento que nunca llegaba y porque la fama que obtuvo fue fugaz: gracias al internet y a situaciones que no tenían que ver con un afán justiciero y esperanzador sino con ridiculeces que le valieron los trabajos a los que quiso postular más adelante y una pequeña participación en un comercial de detergentes. Tampoco era una ambición que pudiera compartir libremente sus amigas (no podía tener amigos), se tragaba el premio mayor y le decía a la gente que quería ser barrendera o algo así, nunca la tomaron muy en serio.
Entonces la asesinaron. Su pareja la mató a golpes. Habían estado juntos desde octavo básico, él era celoso y cuando se enojaba le daba empujones o golpecitos para ayudarle a adquirir su color favorito en la piel: morado. Había tratado de terminar con él muchas veces pero solo recibía más golpes y lágrimas y noches de eterno miedo. En la tele decían ve y denuncia; pero no era tan fácil.
Su consuelo consistió en comprender; entendió mientras la arrastraban a la muerte que los dioses deben ser humanos: era la única explicación. Por eso había injusticia, dolor y miseria en el mundo, porque los dioses eran unos sobervios, interesados, prepotentes de mierda. Jugaban con unas varitas mágicas de origami por unos cuantos minutos y ya...era bastante obvio: solo el hombre exigiría ser adorado, solo el hombre trataría de crear testimonios, solo el hombre...solo el hombre puede crear y destruir a su gusto, solo ellos son criaturas celestiales, porque se han autoproclamado como tal.
Los dioses eran humanos, la verdad le causó mucha gracia. Los dioses eran humanos y, probablemente, ella había estado muy muy cerca de darle al malnacido del Jeison su merecido.



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*sí, el título es una referencia a un animé (es bastante bueno, deberían verlo)
*sí, leíste bien.

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