miércoles, 12 de febrero de 2014

Amor verdadero

Le daban lo que ella deseaba, porque era la favorita. Entre las miles de personas, ella los cautivaba sin ninguna razón aparente: no era la más bella ni la más inteligente, ciertamente, tampoco era la más poderosa. Al menos no lo era cuando la notaron por primera vez entre las petulantes olas de humanidad, sacrificios y peticiones; pero sí llegó a ser la más poderosa, la más amada, la más hermosa, porque los dioses no supieron esconder el amor que la mortal les despertaba, o mejor dicho, no se molestaron en hacerlo.
Le concedieron cada uno de sus deseos, y  aquellos que resultaban imposibles de realizar para ellos, se los encargaron a otros dioses, de otras galaxias, de otros universos, de otros mundos paralelos.
Ella fue la más feliz y la más arrogante.
Un día pelearon, no fue un asunto importante, probablemente se quería casar y los dioses no querían tal cosa, tal vez. Ella les dijo que los odiaba, que desaparecieran.
Y ese fue el final de los dioses.

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