No podría decirte qué estaba pensando cuando cruzó la calle en rojo, menos en esa avenida tan grande, de doble vía. Cruzó porque sí y porque no, porque nunca fue fan de la seguridad; además, hacía mucho calor y tenía ganas de ir al baño a esconderse un rato. La atropellaron de frentón mientras en su celular sonaba su canción favorita, al otro lado de la calle había un lindo gato púrpura, todo se había confabulado para que muriera.
Pero no murió. O sí, pero solo un momento.
Como sacado de una película, o de un evangelio oculto, la chica fue arrastrada al cielo por un tunel de luz para que luego le dijeran que habían cometido un error y que debía volver. Demasiado perpleja como para entender esas palabras de despedida en su cabeza, entró a ese reino de luz y calor infinito mientras le gritaban cosas desde la puerta, tuvieron que forzarla a volver mediante golpes y patadas. Ella vio suficiente.
Cuando abrió los ojos, estaba en el hospital, uno muy malo al parecer porque no tenía nada de blanco ni pulcro como ella habría esperado; temió haber despertado tras un apocalipsis o algo similar, pero su mamá estaba en el sillón dormitando y nada parecía tan diferente. Su madre le dio una gran reprimenda ante su descuido,por supuesto, habló durante siglos y sin embargo, cuando ella le contó su historia salió llorando a buscar un psiquiatra o algo por el estilo.
La tarde pasó y por su habitación desfilaron amigos y cercanos, dejó de hablar sobre el cielo y dios cuando vio una tercera cara contraerse, esta vez de risa. Esta gente no le creería aunque les bajara de las nubes al ángel que la pateó de vuelta a la tierra, el que debió tomarse la molestia de, al menos, borrarle la memoria para procurarle una vida feliz. Aun así, no pudo evitar soltarle la historia a su buena amiga, esta que estaba casi tan loca como ella.
—¿Te puedo contar un secreto?
—Sí—Y ella toma asiento.
—Vi el cielo, morí unos cuantos minutos-horas-días y vi el cielo. También a dios, sí, existe.—Examinó con cuidado el rostro de la chica, estaba seria.
—¿Y?, ¿cómo era?
—Tal como ellos decían—Le susurra, sabe que ella sabe de quiénes está hablando—Odia a los homosexuales y a quienes no creen en él, tiene una larga liste de gente a la que castigar y vaya que lo hace severamente; es un ser sin compasión y bastante vengativo, considera a las mujeres inferiores y está enfurecido por cuánto hemos escalado en la pirámide social; lamenta la pérdida de los esclavos y envidia a cuanto santo popular y....
—Me quedó claro—La interrumpen.
—¿Me crees?
—Sí.
Silencio en la habitación, el suficiente para que pudieran asimilar las palabras de la otra y decidirse a volver a hablar sobre el tema, o cambiar rápidamente el tópico—¿Y qué podemos hacer?
—¿Con qué?—Pregunta la chica, dándole una mirada de repulsión a la aguja que se pega a su brazo, comparándola con una sanguijuela. Recuerda ese libro que aún no termina de leer en el acto.
—Con esto de dios....obligadas a matarlo—Y se ríe. La otra chica se queda pensando.
—Buena idea.
—¿Qué?
—Vamos a matar a dios.
Y así fue, tenían que hacerlo antes que las demás personas supieran que existía uno y que, para peor, era tanto o más fatal que lo descrito y reescrito por generaciones. Decidieron que no había otro camino al cielo que no fuera la muerte y se lanzaron al vacío del piso más alto del edificio más lujoso del centro, sin pensar en si terminarían efectivamente allí arriba o este dios podía leer sus pensamientos o ver sus intenciones en alguna esfera de cristal; sin embargo, casi en un abrir y cerrar de ojos, se encontraron en las puertas de eso que tantos habían llamado paraíso. Un ángel se les acercó y pidió sus nombres y luego de darles una larga mirada, les comunicó que dios las estaba esperando; algo nerviosas, siguieron el frú frú de las alas de la criatura hasta el interior de ese reino esponjoso hasta llegar a una gran silla que se elevaba no solo sobre sus cabezas sino también sobre lo absurdo y el obvio despilfarro de milagros. Para su sorpresa, dios estaba al tanto de sus planes y les dio a cada una cuchillo de mantequilla; ante la confusión de las chicas, dios les explicó que estaba cansado y que había esperado por mucho tiempo que alguien viniera a darle un último respiro.
Dios murió, fácil y ridículamente. El único rasguño que les quedó en la memoria, fue el llanto de los ángeles que les dañaron seriamente los oídos; ni para volver a casa hubo problema alguno, en medio de un extraño funeral, los arcángeles más antiguos las empujaron a la tierra en una mueca sombría.
Así fue como murió dios.
Dos veces después de esa experiencia, la chica que había sido atropellada alguna vez, trató de morir por un rato, para ver cómo se lo estaba tomando esto de no tener una deidad en el cielo, pero ningún intento suicida le resultó. Le llevó varios meses a ella y a su amiga notar que las cosas habían cambiado, que ahora tenían algo así como superpoderes: cosas básicas como matar gente a su antojo; dedujeron que, al matar a dios, se habían convertido en alguna especie de entidades celestiales. Eso estuvo muy bien, porque tenían muchas ganas de devolverle unas cuantas bromas a la vida.
—Con esto de dios....obligadas a matarlo—Y se ríe. La otra chica se queda pensando.
—Buena idea.
—¿Qué?
—Vamos a matar a dios.
Y así fue, tenían que hacerlo antes que las demás personas supieran que existía uno y que, para peor, era tanto o más fatal que lo descrito y reescrito por generaciones. Decidieron que no había otro camino al cielo que no fuera la muerte y se lanzaron al vacío del piso más alto del edificio más lujoso del centro, sin pensar en si terminarían efectivamente allí arriba o este dios podía leer sus pensamientos o ver sus intenciones en alguna esfera de cristal; sin embargo, casi en un abrir y cerrar de ojos, se encontraron en las puertas de eso que tantos habían llamado paraíso. Un ángel se les acercó y pidió sus nombres y luego de darles una larga mirada, les comunicó que dios las estaba esperando; algo nerviosas, siguieron el frú frú de las alas de la criatura hasta el interior de ese reino esponjoso hasta llegar a una gran silla que se elevaba no solo sobre sus cabezas sino también sobre lo absurdo y el obvio despilfarro de milagros. Para su sorpresa, dios estaba al tanto de sus planes y les dio a cada una cuchillo de mantequilla; ante la confusión de las chicas, dios les explicó que estaba cansado y que había esperado por mucho tiempo que alguien viniera a darle un último respiro.
Dios murió, fácil y ridículamente. El único rasguño que les quedó en la memoria, fue el llanto de los ángeles que les dañaron seriamente los oídos; ni para volver a casa hubo problema alguno, en medio de un extraño funeral, los arcángeles más antiguos las empujaron a la tierra en una mueca sombría.
Así fue como murió dios.
Dos veces después de esa experiencia, la chica que había sido atropellada alguna vez, trató de morir por un rato, para ver cómo se lo estaba tomando esto de no tener una deidad en el cielo, pero ningún intento suicida le resultó. Le llevó varios meses a ella y a su amiga notar que las cosas habían cambiado, que ahora tenían algo así como superpoderes: cosas básicas como matar gente a su antojo; dedujeron que, al matar a dios, se habían convertido en alguna especie de entidades celestiales. Eso estuvo muy bien, porque tenían muchas ganas de devolverle unas cuantas bromas a la vida.
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*Basado en un sueño
**Creo que leer unos cuantos post de [esta] página tuvo que ver en este sueño
***Feliz año nuevo.
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