Los humanos odiaban el agua. A los humanos les gustaba revolcarse en la tierra y cavar grandes agujeros hasta abrazar su núcleo; a los humanos les gustaba subirse a los árboles y sentir la hierva helada bajo la planta de sus pies; los humanos siempre soñaron con volar y se lanzaban de grandes acantilados, imitando a los pájaros en su primera fuga del nido, invitando a la muerte con un mueca de terror y de esperanza perdida.
Los gustos de los humanos los dividieron en clanes y familias: mientras algunos se iban a vivir bajo la cálida tierra, otros preferían quedarse con los pies sobre ella, los que deseaban el cielo fallecieron por montones hasta que dejaron de añorar plumas en vez de piel. Quedaron los terrestres y entre ellos se formó una gran enemistad, porque las formas de usar la tierra de unos ofendían a los otros, porque los de las profundidades tenían las hembras más hermosas y los de la superficie las más fuertes, porque los hombres-topo eran lampiños y los hombres-rata podían protegerse del frío con una gruesa capa de oso, porque se volvieron demasiado diferentes y se temían. El estrecho vínculo que los unía, la subsistencia, se apagó el día en que un hombre-rata quizo raptar un hombre-topo para su cama y le cortó el sexo de raiz porque, a pesar del placer, temía a la deshonra de haberse apareado con un macho; el hombre-topo se lo llevó a la rastras a las profundidades de la tierra para que pudieran casarse a pesar de la tragedia, mientras los de la superficie reclamaban la sodomía y los demonios, la sangre y la esclavitud. Los machos y hembras de tierra fría cubrieron las elaboradas escaleras que le permitían a los machos y hembras de tierra caliente besar la luz o la oscuridad a su antojo, creyendo que así los sepultarían; más adelante, los descendientes se encontrarían con nuevas entradas y las taparían con pesadas pirámides, templos y zigurats, y mucho después, los hombres-rata olvidaron a los hombres-topos, pero cubireron la mayoría de la tierra que amaban de concreto y los hombres-topo recordaron mientras oían a su madre llorar y quejarse desde el corazón.
La tecnología de los hombres de la profundidad había avanzado casi tanto como la desarrollada por los hombres de la superficie, pero los primeros habían tenido ayuda de la madre, y la madre no sufría por su culpa, pero la madre se moría de todas formas. Hicieron nuevos túneles, ocasionando terremonos y activando volcanes; lloraron cuando respiraron el aire y estaba muerto, cuando comprobaron el dolor que les susurraban las raíces y los huesos. Volvieron a consolar a la madre y la madre les dijo cómo tenían que castigar a los hombres-rata que habían olvidado: así fue como los hombres-topo drenaron las aguas e hicieron temblar la tierra, así fue como hicieron arder el aire y los árboles con lágrimas en los ojos; vieron cómo los hombres-rata se culpaban los unos a los otros y trataban de entender, cuando lo que necesitaban era recordar.
Los hombres-rata olvidaron y los hombres-topo recordaron, los hombres-pájaro que todos creían muertos perdonaron; y enviaron lluvias y huracanes para hacer más rápidas y piadosas sus muertes, sumiendo a las plantas y a los animales en un sueño profundo y eterno.
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