Muy liviana, demasiado liviana. Relajada, con una sonrisa en el rostro; con el cabello lacio y los ojos muy abiertos, sin rastros de ojeras.
Ya es hora de arreglar el cuarto: sacar los cadáveres, prender la pira, espantar a los fantasmas, pagarle a los dioses, hacer la maleta, rezarles otra vez, botar todo.
Pero, ¿qué hacer cuando te encuentras tu cuerpo putrefacto bajo una pila de papeles?
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