Él es el guardián del bosque.
Desde que las calles de cemento habían obligado a escapar a los espíritus de la ciudad, estos se refugiaban entre los largos y huraños árboles, pasando los días con el entrecejo fruncido, aun cuando carecían de este, maldiciendo a los humanos y jurando vengarse de ellos apenas tuvieran la oportunidad; cuando estas llegaban causaban males menores del tipo: prendarse a sus espaldas cuando daban un paseo por el bosque y darle unos cuantos sustos cuando llegaran a casa, subirles las faldas a sus mujeres y apretarles las tetillas a sus hombres, les hacían desaparecer cosas insignificantes como los celulares y otras inútiles como el amor, tomaban todas las pertenencias robadas y las tiraban al río o las colgaban en las copas de los árboles más altos, con gusto, con maldad. No se les podría culpar de nada, solo estaban algo resentidos.
Fue en esa época donde comenzaron a circular las leyendas orales, y más tarde las escritas, que contaban de seres malvados que rondaban el bosque y se regocijaban con fechorías y los pequeños grandes desastres que les ocurrían a los humanos, estos últimos dejaron de acercárse al bosque y solo los valientes se aventuraban entre las milenarias raíces y las invisibles muecas de repulsión. Era de esperar que estos indeseables curiosos fueran los que se llevaran lo peor, sobretodo en ese tiempo en que los espíritus vagaban aburridos e irritados, descargaban toda su frustración en ellos. Así fue durante muchos años, hasta que al final no quedó nadie que se interesara por el lúgubre bosque. La última visita que recordaban haber tenido, fue la de un sacerdote oriental que se limitó a construir un gran y robusto torii en la entrada mientras abría mucho los ojos y se sacudía sobre sí mismo, derramando gotas de agua maloliente de una rama sumergida en agua, recitando cánticos medio temblando en ropas ligeras. Fue todo muy gracioso, hasta que notaron que no podían traspasar la puerta.
Se limitaron a esperar a que los humanos entraran a sus dominios para hacerles travesuras y molestarlos un poco, pero entonces sucedió: cuando tocaban a una persona los espíritus desaparecían, se esfumaban así como si nada en medio de un chillido doloroso y eterno que se quedaba haciendo eco entre los árboles y matorrales, gritos que iban y venían con ayuda del viento, haciendo tiritar a fantasmas, demonios y pequeños dioses fantásticos, que comenzaron a temerle a los humanos y a la vida que les esperaba vagando en las sombras de la naturaleza, sometiéndose a ella, fundiéndose con árboles y otras criaturas para intentar salir a ver el sol, para intentar no aburrirse, para tratar de obtener un poco de la sangre que deseaban, algo caliente que les llenara las gargantas, en realidad.
Temerosos también se mostraron cuando de la nada apareció un niño, deambulando sin decir nada entre los pasillos del bosque, no parecía perdido, pero tampoco tener idea del lugar en el que se encontraba. De todos los que veían perplejos al chico, solo el espíritu del canelo se acercó con la intención de sacarle un grito de susto, pero contrario a lo común y a lo esperado, el pequeño no salió corriendo ni lució asustado, sino que se limitó a seguir con la vista al viejo espectro, a seguirlo a todas partes con una sonrisa, como si al fin comprendiera algo sus ojitos se llenaron de brillo y sus manos comenzaron a agitarse en un saludo perpetuo y entusiasta. Los demás habitantes dejaron las sombras para observar la situación con comodidad, llenos de curiosidad y por primera vez en en mucho tiempo: sin irritación. Vieron al joven y delgado humano de cabellos negros corretear de un lado a otro hasta que cayó rendido al suelo, jadeando y quejándose hasta quedar completamente inmóvil. El canelo, extrañamente preocupado, se acercó hasta el aparente cuerpo sin vida, pero cuando lo hizo, el chiquillo soltó una carcajada y le apretó la cola.
—¡Te tengo, te tengo!—Comenzó a gritar entusiasmado, pero la euforia fue cediendo para dar paso a la incredulidad al ver que su presa comenzaba a desvanecerse frente a él—¿A dónde vas, amigo?—Preguntó, pero el canelo no pudo responder, porque no tenía idea. Se fue con las preguntas que nunca se había hecho a sí mismo.
—¡Mira lo que has hecho!—Salió a mostrarse el zorro, frente a un niño que aún permanecía paralizado, frotando sus manos sin entender lo sucedido—¡Has matado al canelo, tú, apestoso....!—No pudo terminar la frase, fue interrumpido por unos repentinos sollozos que hicieron callar cualquier otro ruido del bosque: la brisa cruda del invierno, el torrente del río crecido, los pájaros y animales, todo hizo silencio frente a los lamentos del mocoso—¡C-cállate, humano!, no tienes derecho a tratar de dar lástima.
El chico poco a poco paró de llorar para darle una mirada repleta de interrogación, no solo al espíritu del zorro, a todos los que se habían acercado hasta él—¿Qué es un humano?—Preguntó secando sus lágrimas, levantando más el rostro.
—¡Tú eres un humano!—Exclamó el espíritu del pájaro carpintero mientras sobrevolaba la cabeza del pequeño.
—¿Yo soy humano?
—¡Sí, por eso el espíritu del canelo ha muerto!...ya nunca regresará, ¡y es tu culpa!—El espíritu zorro levantó tanto la voz que muchos de los presentes retrocedieron, asustados de que fuera a incrementar su tamaño o que se lanzara sobre el niño ciego de furia para luego desaparecer tan rápido como un venado en temporada de caza.
—¿Los humanos matan a cosas como ustedes?—Dijo el otro sin inmutarse, mirándose las manos con curiosidad y luego con odio—¡No quiero ser humano!—Y más y más lágrimas, corriendo, agitándose, tratando de llamar la atención.
Fue entonces cuando los árboles rieron y el viento se paseó juguetón entre los espíritus, reclamando sus oídos para anunciar un nuevo comunicado del bosque, justo cuando el zorro estaba a punto de dar vuelta al niño y dejar sus tripas al aire, el bosque decidió hacerse presente, ese espíritu simplón y caprichoso, que se aprovechaba de la fuerza que tenía sobre ellos desde que todos estaban atrapados en ese lugar. Les propuso un trato sin igual.
El zorro, el zorzal y el venado se mostraron totalmente en desacuerdo, sin embargo, la osa y la marmota coincidieron entusiasmadas, ansiosas por estrechar con sus otros cachorros ese feo animal sin pelo ni garras.
—¡Esto es ridículo!—Rugió el zorro, mirando al chiquillo que le devolvía el gesto con los ojos aún aguados.—¿Él, ser parte de nosotros?.
Las copas de los árboles comenzaron a azotarse entre sí, sonando como si fueran truenos, haciendo que el pelaje rojizo se le erizara. Terminó por decir con orgullo.—Está bien, niño, si no quieres ser humano, puedes ser un espíritu como nosotros. A cambio, deberás quedarte acá para siempre y renunciar por completo a todo rasgo de humanidad que tengas o vayas a tener—A medida que hablaba, el zorro comenzó a relamerse los labios mientras su cerebro le mostraba el provecho de la situación, ¡no había venganza ni golpe mejor!; un hombre despojado de lo que lo hace uno, condenado a no tocar nunca más a los de su especie, alejado de sus memorias y todo lo que le haga recordar lo que fue. Jadeos. Era perfecto, y todo gracias a un capricho del bosque y unos cuantos mamíferos.—¿No te parece un buen trato pequeño amigo?—Una sonrisa anticipada le adornó el rostro.
—No lo sé, mamá iba a hacer pastel hoy—Respondió el otro, tímido.
—Vamos chico, todos tenemos muchas ganas que te quedes—Gimoteó el zorro, con alarma al ver su presa escapar.
—Si soy como ustedes, ¿ya no mataré a nadie nunca más?—El zorro movió afirmativamente su hocico, frenético.—Entonces acepto.
El ruido llenó el bosque, los animales chillaron y los espíritus rieron con una mezcla de alegría y nerviosismo, uno de ellos con locura, saboreando la venganza, dejando sus ojos salirse de sus cuencas para tratar de relajarse un poco. El niño estaba asustado, pero eso no impidió que los espíritus siguieran bailando a su alrededor mientras hojas luminosas se le pegaban al cuerpo, mientras la tierra se le subía por las rodillas regordetas y las hormigas y abejas se le metían a los oídos para quitar del cerebro todo recuerdo que no fuera requerido, lo que era mucho trabajo. Buenas obreras son las hormigas y las abejas, hicieron un enorme panal con tanta basura que sacaron y lo colgaron en la copa más alta y antigua, donde nadie nunca lo alcanzaría.
Fueron cuatro días duros, pero después de eso se encontraron frente a un adolescente de rasgos desteñidos, ya no era un niño para nada y para nadie, en realidad, no era humano. Era un espíritu antropomórfico, de cabello plateado y ojos grises como el pelaje de los lobos que pasaban por allí en otoño, de piel blanca como la nieve y cuerpo delgado. Estaba desnudo y el viento lo cubrió con un manto de tierra para darle calor, de tierra y raíces le hicieron una túnica. Se convirtió en un espíritu sin nombre ni identidad, le decían Ey para que les prestara atención y Ey se convirtió en su nombre, apenas podía hablar; abriendo un poco los labios y modulando apenas, tenía una sonrisa de muerto y un tono y gestos amables, no preguntaba de dónde venía ni hacía demasiadas preguntas a pesar de no entender nada, se pasaba los días correteando por acá y por allá, descubriendo nuevos espíritus, jugando y charlando con ellos, escuchando las historias de odio y temor hacia los humanos.
Con el paso de los meses, aprendió a amar al bosque y a sus compañeros de juego, a detestar a esas criaturas que habitaban más allá, que habían expulsado a sus amigos de lo que en tiempo atrás había sido su tierra, y luego, con el paso de los años, no podía esperar a que alguno se asomara para espantarlos. Tan bien se desempeñaba como espíritu, que el zorro se olvidó que lo había convertido en uno por venganza y le tomó auténtico cariño, en realidad, todos se olvidaron de que Ey era un ser humano en otra época.
Fueron unos buenos años.
Los malos años comenzaron un día de verano, cuando una persona, la primera luego en mucho tiempo, se coló en el bosque en solitario y no con un mueca de burla, de desafío o de temor, sino con una sonrisa. Llevaba un elaborado traje oriental que les recordaba al monje que los había encerrado tras el torii, de tela roja y flojes, del cabello negro y largo, de piel oscura y ojos a tono, de paso confiado y pecas traviesas; era un mujer, una hembra. De esas que apenas conocían alguna cosa, puesto que eran las que menos se aproximaban a esos lugares porque tenían menos cosas que demostrar. Hacía tanto tiempo que no había alguien a quien asustar, que entre todos consintieron en que debían dejar que su campeón lo hiciera. Fue así como Ey decidió que esta vez usaría sus mejores trucos para sorprender a sus amigos.
Sin embargo, ¡qué sorpresa se llevó!, la chica no se espantó ni cedió ante nada: ni al truco de la cabeza separada del cuerpo, ni a los esqueletos brotando del suelo, ni a los árboles encantados, ni al desmembramiento, ni al jalón de la ropas. Por el contrario, la muchacha lo seguía con la mirada y le sonreía cuando sentía sus ojos sobre ella, como si pudiera ver más allá de él lo atravesaba con la mirada.
—Disculpa, me perdí cuando venía a rezar, ¿podrías enseñarme la salida si ya te cansaste de jugar?—Habló luego de muchos intentos fallidos de parte de él para espantarla.
Ey se presentó en su verdadera forma frente a la chica, que sonrió dichosa al verlo allí.—¿Me ayudarás?
—¿No tienes miedo?
Ella le sonrío con más intensidad y negó con la cabeza—¿Por qué?
—Porque soy un espíritu.
—Qué curioso, para mí luces como un humano cualquiera—Continuó ella, mirándolo con curiosidad—Bueno, tal vez necesitas una ducha y una buena cena.—Alargó su mano para tocar la túnica que lo cubría, pero él se alejó.
—Si me tocas desapareceré, porque soy un espíritu.
—Está bien señor espíritu—Replicó molesta—¿Al menos me acompañará hasta la salida?—Ey miró hacia el horizonte del bosque, y notó las miradas lúgubres y temerosas entre los arbustos, pero aun así decidió ir con ella, sin entender por qué sus pies, ¡tenía pies!, comenzaron a moverse en la misma dirección que ella y sus manos, ¡tenía manos!, señalaron los senderos e indicaron cuáles eran sus árboles favoritos y los nombres de sus amigos que veían desde sombras ocultas el panorama.
Cuando volvió con los suyos, luego de despedirse de la chica, pidió disculpas de rodillas, ¡tenía rodillas!, un gesto que le nació de adentro, sin tener mucha idea de lo que significaba. Los espíritus le perdonaron, pero permanecieron preocupados y tristes mientras esos encuentros se volvían a repetir: veían a la chica volver una y otra vez a través de los días, con la misma sonrisa y el mismo traje rojo, al punto de provocarle ansias a Ey, que la esperaba nervioso en el claro del bosque, donde en esa época llegaba el sol y bajaban los pájaros a buscar ramas para sus nidos. No había día en que ella no fuera a verlo, a charlar, a tratar de tocarlo, a suspirar por tocarlo, a anhelar tocarlo mientras la idea comenzaba a parecerle menos repugnante y peligroso a él, mientras en él comenzaban a nacer los mismo deseos e imágenes que la incluían, y de las cuáles no estaba seguro de dónde habían salido..
Comenzaron entonces las preguntas, de dónde venía, por qué se parecía tanto a un humano, por qué no podía tocarla, por qué quería tocarla, por qué quería que ella lo tocara, por qué no le importaba desaparecer a manos de ella.
A esto último el zorro le dijo que estaba embrujado.
Pero cuando le preguntó a ella:
—Es amor.
Se lo dijo ruborizada, pasando sus palmas nerviosamente sobre el traje, tratando de aminorar la picazón que le provocaba el sudor del verano y de las mariposas que le apretaban el estómago.
Luego de esa revelación repleta de sentido y de respuestas para él, fue cosa de tiempo. Fue dos días después de eso que ya no aguantó y juntó sus labios con los de ella, mientras la chica se abrazaba a él con desespero, sin querer dejarlo ir mientras él deseaba ser humano para abrazarla y besarla una vez más cuando se separaran, cuando él abriera los ojos y no estuviera desapareciendo. Fueron los aullidos y chillidos de alarma los que los separaron, sin embargo, él no desapareció y se preguntó si los deseos se hacían realidad tan fácilmente como en los cuentos de hadas que ella le había contado a lo largo del verano, pero no fue así, fue ella la que empezó a desvanecerse entre sus brazos. No lucía sorprendida, solo triste.
—Ve por tus recuerdos, porque tú en realidad eres un humano—Dijo ella rápidamente—No eres un espíritu por otra cosa que un capricho—Le sonrió y le dio otro beso, tortuosamente corto, con la esperanza de tener tiempo para hablar.
—¿Y...por qué tú...?
—Oh, esto—Dijo como si nada, viendo las luciérnagas despedazar sus piernas—Yo sí soy un espíritu, y ahora que tú has vuelto a ser humano, estoy muriendo.
—No entiendo—Medio aulló, sintiendo angustia, terror, confusión, frustración...todas esas emociones que nunca había escuchado porque era muy de humanos.
—Yo tampoco, pero era primera vez que un par de humanos me pedían algo con tanta amabilidad y...decidí ayudarles, fue otro capricho, ¿sabes?—Una sonrisa amarga—Pero de todas maneras esta fue mi primera vez para muchas cosas, como enamorarme, por ejemplo—Le miró fijamente—No creí que sucedería tan rápido, murmuró observando su cuerpo—Las luciérnagas estaban devorando su torso y ella comenzaba a llorar otra vez—Al menos no mientras nos besábamos—Levantó su mano para acariciar su mejilla y comenzó a desvanecerse con más rapidez—Ey, te amo.
—Yo...también—Contestó, mientras veía apenas el rastro de sus ojos.
—Recuérdame cuando seas libre, soy el bosque.
Y ya no quedó nada de ella.
El espíritu del zorro y compañía, le contaron a Ey del pequeño niño perdido en el bosque y del panal en la copa más alta y antigua, enviaron a los pájaros por ella, pero Ey decidió ir a buscarla él mismo, subiendo y escalando, mientras algo húmedo caía por su mejillas y un nudo le apretaba la garganta. Una vez arriba, bebió toda la miel y volvieron a él todos sus recuerdos; y supo que estaba llorando, y que quería seguir llorando para tratar de calmar ese dolor en su corazón. Lloró por cuatro días en la copa del árbol más alto y más antiguo.
Al bajar se despidió de todos y les prometió que vendría a verlos, pero que debía volver con sus padres, que su madre le debía una rebanada de pastel.
Al ir hacia la salida vio su reflejo, y ya no era más un espíritu sin identidad ni nombre, ni un niño perdido en el bosque, era un ser humano y todo un hombre en realidad. Volvía a tener el cabello negro.
Al salir del bosque vio la imagen de un santo católico y una piedra que decía:
"Querido bosque, por favor, devuélvenos a nuestro hijo".
Él es el guardián del bosque, y esa es su historia. Él y su familia van cada vez que pueden al bosque a dejar ofrendas y a saludar a los espíritus.
El zorro le prometió a Ey, se negaba a llamarlo de otra manera, que un día sería un espíritu de verdad y que cuando eso sucediera podría ir a vivir al bosque con todos ellos, como en los viejos tiempos.
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¡hola!, esto lo he escrito inspirada en la desgarradora película que vi hace poco: "Hotarubi no mori e" ("Hacia el bosque donde alumbran las luciérnagas" en español). Aún estoy pal hoyo.
Me tardé mucho escribiendo esto, inspiración y otros problemas.
La imagen le pertenece al grandioso Yuji Moriguchi

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