—Dicen que en el subterráneo hay una tienda donde vive una mujer que concede cualquier deseo que tengas.
—No estoy para bromas...lo sabes, todos lo saben.
—No es una broma...tienes que quedarte luego que cierren la estación y después...bajar del anden y... caminar por el túnel hasta que veas las luces púrpuras—Murmuró desviando la mirada hasta su cuaderno, comenzó a hacer líneas rectas en el.
—Si te estás burlando de mí porque estoy desesperado....
—¡Te prometo que es verdad!—Se rompió la punta del portamina con el que garabateaba su cuaderno.—Yo...fui a visitarla, pedí un deseo.
—¿Y?
—Funciona.
La desesperación llevaba la etiqueta del cáncer, que se alojaba como un parásito en la relación que él mantenía hace ya dos años con una encantadora muchacha. Es su último año de uniforme y el próximo se irían a vivir juntos a alguna ciudad grande; ambos tienen excelentes notas y confiaban entrar con becas y honores donde se lo propusieran.
Pero
¿Cáncer?
¿Y tan joven?
Por supuesto, él no la dejaría sola por eso; ahora más que nunca no se apartaría de su lado, aun cuando ella empezaba a perder su hermosa cabellera y cada día le robaba al pasar algo de brillo a sus ojos café; aunque odiaba los hospitales y ver su brazo con una aguja pendiendo de é; a pesar de detestar la mirada de pena y frustración que le lanzaban sus propios padres a la chica...él no había pensado en la posibilidad de separarse de ella...mucho.
La angustia y el miedo lo llevaron a esconderse entre la multitud y luego, entre los pilares de cemento y al fin, baño tras baño que iba siendo limpiado por los últimos auxiliares; solo quedaron unos cuantos centinelas que por su puesto, no prestaron mayor atención cuando escucharon un sonido sordo allá por el andén, no apuntaron sus linternas hacia el interior del túnel; inesperádamente húmedo y maloliente.
Camino a la supuesta tienda, y mientras cruzaba con fuerza los dedos, encontró varios cadáveres de rata aplastados, los más reciéntes estaban siendo devorados por otros ratones y aunque avanzaba con paso decidido, estos ni se inmutaban con su presencia. Siguió las vías del metro apoyando una mano en la pared desigual y rasposa hasta que se halló en una profunda oscuridad, estaría a la mitad del túnel, pero entonces dejó de sentir la superficie a su costado y creyó flotar por varios minutos en los que se le revolvió el estómago. Cuando volvió a sentirse en el suelo, ya no había olor a podrido ni una oscuridad profunda; el olor a galletas recién horneadas poseyó su nariz y una luz cálida y púrpura lo incitaba a entrar por una puerta de roble empotrada en la pared de concreto, por la ventana se podía ver un cuarto color lila y una mesa con dos tazas de té rojo.
Una vez adentro, sintió también el aroma del incienso y de algo más...¿metal oxidado tal vez?, se le hizo agua la boca y tragó saliba, cerrando la puerta tras de sí. Una campana sonó y se dió la vuelta temeroso, con el corazón a punto de escapar de su pecho, la puerta había desaparecido.
—¿Qué deseas?—Escuchó una suave voz y volvió la vista al frente, en la silla antes vacía había ahora una mujer que tapaba todos sus rasgos con un manto lila, solo sus ojos y su boca eran visibles: verde lo primero, rojos lo segundo.—Oh, sí, te estaba esperando—Señaló el segundo asiento, desocupado.
Se dirigió al lugar medio idiotizado, habrán pasado varios minutos cuando se notó a sí mismo bebiendo de la taza de té y comiendo unos dulces amargos de la palma enguantada de la mujer.
—Sí, yo te concederé tu deseo—Sonrió ella.
—¿Disculpe?, aún no le he contado nada.
—Claro que lo hiciste, mientras te tragabas mi comida—Otra sonrisa, él se sintió avergonzado.
Guardó silencio un rato, mucho rato, guardó el suficiente como para tener una envidiable reserva de paciencia y palabras sabias.—¿Qué debo hacer?, ¿cuál es el precio?.
—Mañana volverás por ti mismo, cuando el deseo se cumpla.
—¿Mañana mismo?, ¿tan rápido?—Ella asintió con energía, le ofreció más agua y él aceptó.
Cuando despertó se encontró en su cama, con dolor de cabeza y un montón de quejas en la garganta. Estas últimas se fueron cuando vió una pequeña taza blanca y de bordes dorados en su mano.
Había sido real.
Se vistió tan rápido como pudo y, siendo día sábado, se dirigió con toda prisa hasta el hospital. Efectivamente, la cama donde ella yacía habitualmente estaba vacía; solo su olor había quedado flotando en el aire; alegre, corrió con su improvisado ramo de flores hogareñas hasta el mesón de atención, a preguntar por el paradero de su novia.
—Oh...nos avisaron que usted vendría—Una recepcionista le dió una mirada enigmática a otra y luego llamaron a una enfermera para cuchichear en voz baja un rato.
—Disculpa niño...pero tu novia a muerto hoy en la madrugada.
Tal vez había muerto antes que la bruja-maga-adivina-gitana pudiera hacer realidad su deseo, tal vez todo era una broma y ella saldría debajo del mesón y se abrazaría a él, tal vez solo había sido el cáncer...pero en su interior no podía parar de culpar a la misteriosa mujer de todos sus pesares.
Fue un día duro: ir a ver el féretro que será velado por tres día en la casa de los padres de ella, abrazar a la familia y luego a la suya, decir frases de apoyo y confort, otorgar un pequeño discurso sobre lo mucho que la había amado...un día duro sí, pero se fue más rápido que ninguno, y todo por esa rabia que le hacía burbujear la sangre al tiempo que la hora del último tren se acercaba.
Otra vez se escondió y otra vez vió ratas y olió la muerte, escuchó a las alimañas dándoles advertencias de lo que pintaba como una muy mala idea, pero no escuchó, las lágrimas de frustración y pena hacían que se le hincharan los ojos y sus oídos se taparan.
—¡No cumpliste mi deseo!—Lanzó tal grito de guerra una vez que se tropezó nuevamente con la tienda.
—Sí lo hice, tú querías que ya no tuviera cáncer.
—¡Pero está muerta!
—Pero ya no tiene cáncer—Replicó ella ofendida, como diciendo algo obvio.
—Yo no quería...—Empezó a lagrimear nuevamente, totalmente abrumado. ¡La había matado, por su culpa ahora ella estaba muerta!
—Tranquilo, la gente comete errores.
—¿No puedo pedir otro deseo?....has que vuelva, por favor—Se lanzó de bruces para besar la larga túnica, pero a cambio solo obtuvo miradas de lástima.
—No tengo tanto poder como para hacer algo como eso.....además, no serás capaz de pagar el precio—El chico le dio una mirada incrédula, ¿cuánto dinero le costaría todo esto?, ni siquiera había pagado su deseo, se rasguñó con fuerza el cuello. Prácticamente, había contratado un sicario.
—...¿cuál....es el precio por mi...por lo que hiciste?—Se levantó con lentitud del suelo, aún llorando, tratando de hacerse a la idea de la culpa y la tristeza.
—Tu vida, por su puesto—Le sonrió la mujer, antes que su cliente pudiera reaccionar, ella chasqueó los dedos y el suelo se abrió bajo los pies del chico. Escuchó los gritos habituales y luego, los huesos rompiéndose uno tras otro. Sacó cálculos y concordó consigo misma al pensar que era el que más había gritado hasta la fecha. Acto seguido, la joven que se escondía en el ropero salió dando quejidos y grititos de nervios.
—¿Dónde está?—Preguntó lentamente, con los ojos tan abiertos como le fuera posible—Dime que esta broma es el precio de mi deseo.
—Él está muerto—Le contestó la mujer con una sonrisa—He cumplido tu deseo.
—¡No...yo quería que terminara con su novia y... que se fijara en mí!—Lloriqueó, sintiéndose culpable, caminando en una dirección cualquiera, moviendo su brazo al aire, buscando algo o alguien en lo cual afirmarse.
—Y los cumplí, tus dos deseos—Otra sonrisa mientras revolvía una nueva taza de té, la novena del día—Te dije que lo invitaras a la tienda para que el te prestara atención, y así fue—Canturreó—El pago por eso fue un nuevo cliente, y bueno, su novia está muerta ahora así que...
—¡No, cállate!—La interrumpió la chica—¿De qué sirve todo esto si él está muerto?....esto...no tiene sentido—Se abraza a sí misma, tratando de mantenerse entera mientras sentía que la pena tiraba de cada parte de su cuerpo en dirección contraria, tratando de despezarla.
—Esa no es manera de hablarle a tu mayores, además, debes pagarme el segundo deseo—La otra mujer se quedó pretificada en su lugar, no le devolvió la vista y no dejó de estrecharse contra sí, miró el suelo por un largo rato y, esperando que la hechicera-bruja-adivina-maga estuviera distraída, echó a correr a la puerta, pero no había puerta...ni ventanas. El piso se abrió bajo sus pies y en seguida sintió como múltiples cuchillas y aguijones se le clavaban por todo el cuerpo, la luz momentánea que alumbraba el filo también iluminó la sangre y las partes mutiladas de otras personas que habían sido igual de ingenuas que ella, estiró la mano para tomar otra que estaba a su alcance e imaginó que era la de John, el chico tras el cual siempre se sentaba pero que nunca le había prestada atención. Volvió a quedar a oscuras y dedujo que el piso, su techo, se había cerrado; no podía mover su cuello. La idea de morir lentamente no le molestó, sintió que si debía morir, esa era la forma justa; pero entonces, las cuchillas comenzaron a moverce y a taladrarle los huesos, dio manotazos desesperados y uno de ellos chocó con un cristal: estaba dentro de una inmensa licuadora.
Madame B. tomó su taza de té vacía y esperó a que los gritos cesaran, para cuando esto ocurrió, procedió a levantarse y luego a bajar unas escaleritas angostas que la llevaron más abajo, dió un suspiro al notar que apenas había llenado media licuadora con tres personas, de todas maneras se moría de sed, así que se acercó y dió la llave metálica que había adaptado al recipiente.
Una pasta roja y espesa salió de ella, pero una vez que llenó la taza con agua caliente supo y se vió mejor.
—Salud.
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la Virgen de velo azul que se ve al inicio es obra de Jean Auguste Dominique Ingres.

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