domingo, 14 de julio de 2013

Ojo por ojo.


Sabía que cuando él le subía el volumen a la televisión HD las cosas se iban a poner feas. ¿Pero qué podía hacer?, pensaba en ese entonces; apretaba los dientes y aguantaba lo que viniera por una sopa sin o con sal, por un pan un poco más duro de lo regular, por una palabra indiscreta, por...

—Salud. Por los viejos tiempos—Alzó la copa de vino tinto al cielo antes de beberla y ahogar sus recuerdos. Para salir a flote con otra clase de problemas, no del pasado sino de tiempos futuros. Hacía ya mucho tiempo que no pensaba en algo como el futuro. Sonrió.

Porque esos días de temblar al ver el control remoto en sus manos regordetas y callosas habían terminado.
Él había dejado su matrimonio en ridículo al ir a la cama de otras mujeres y traer sangre a la suya, lanzándole los cubiertos y todo tipo de objetos a la cabeza, gritándole hasta dejarla aturdida, molestándola con diversos apodos, golpeándola por nimiedades, mintiéndole, abusando de ella cuando se le daba la gana, robando el dinero de la familia para gastarlo en alcohol, en parrandas. Destruyó cada cosa que amó, alimentó el precario fuego de invierno con sus libros favoritos, de lo único que quedaba de su vida feliz y pasada en la casa de sus padres, sus vestidos habían terminado de delantal y sus sentidos y neuronas comenzaban a confundirse.

Pero ya nada de eso importaba.

¡Diente por diente!
Gritó enloquecida, luego que de un golpe le arrancara uno solo por gusto en mitad de una borrachera. Fue a la cocina por su más grande cuchillo carnicero y sin que su amado y querido esposo lo notara, se lo plantó en el pecho y luego en los ojos incrédulos, apuñalando distintas partes de ese saco de carne hasta que la habitación quedó echa un baño de sangre.

Le prendió fuego a la casa, con todos sus hijos fantasmales adentro; con los que se descargaba hablando e inventando cuentos, esos que las patadas no habían dejado nacer. Por suerte.

Dijo que había salido al supermercado cuando el fuego empezó. La familia de su esposo ya tenía la tumba preparada y allí se encontraba ella en ese momento, brindando mientras podía junto al lugar donde descanzarían los restos de su marido. Lo que pudieran encontrar de él.

Orinó ahí mismo.

Solo le hizo lo que él a ella.
Bebió con jovialidad, pensando en el inútil al que había asesinado.

La diferencia es que él estaba muerto, pero no podría volver a emprender vuelo como ella.

Tal vez descubrieran su crimen y la encarcelaran, esa sería otra diferencia. Pero luego de vivir en el infierno, ni si quiera la cárcel sonaba como un lugar donde pudieran cortarle las alas.

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Dibujo a lápiz hecho por Caspar David Friedrich, "Búho sobre la tumba". Dicen.

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