jueves, 4 de julio de 2013

Fe.


Se sumergió por última vez en las pupilas de su hermosa ayudante antes de dejarse caer en el helado tanque de agua, sin más que un chaleco de fuerza sobreatado con candados, y...pues nada más que eso. Ni si quiera tenía tal cosa como aire para respirar; eso tendría que ganárselo una vez que se deshiciera de sus ataduras y pudiera sacar la tapa de la sima del tanque. Obviamente, tanto su mujer y ayudante, como el público heterogéneo en cuanto a edad estaría al pendiente de lo que ocurriera, ya que el estrecho depósito repleto de agua es transparente. De lo contrario sería un show bastante aburrido, ¿verdad?.

¿Que qué tipo de show es este?

—¡Ahora digan conmigo, la ayudante del gran Aliquisini, las palabras mágicas!—Pronuncia la voz clara pero firme.

Él hace lo único que sabe.

—¡Credo, credere, credimus!—Grita entusiasta la multitud.

Magia.

En el segundo posterior a las risas que le seguían a las habituales palabras mágicas, él ya estaba desatándose sin problemas el chaleco sin importar cuanto mecanismo de seguridad tuviese encima, un segundo más y la tapa estaba siendo levantada, otro y él salía victorioso del tanque en medio de vítores y aplausos, uno más y él besaba a su mujer, y cuando ya pasaba un minuto él estaba siendo ovacionado mientras las rosas y los pañuelos caían sobre su escenario como reconocimiento.

El Gran Aliquisini es el mago más importante de la ciudad de las luces.
El Gran Aliquisini tiene funciones todas las noches y a veces, mañanas y noches.
El Gran Aliquisini forma parte de la élite de magos.
El Gran Aliquisini es el mejor de los magos.
El Gran Aliquisini era el mejor de los magos.

Notó que algo extraño sucedía la noche en que no se vendieron todas sus entradas como era lo habitual.

Sabía que ahora el público era algo más difícil; sus colegas le habían contado que llegaban a ser increpados en pleno espectáculo; los apuntaban con risas repletas de sarcasmo y reclamaban la revelación del "truco", cosa de la cual los magos jamás habían oído. Tan pronto como los espectadores retornaban a sus sillones, los actos comenzaban a salir mal y, a pesar de mostrarse complacidos con ello, también parecía darles el derecho de insultar y luego, largarse a pedir un reembolso y mandarse a cambiar a las tabernas de mala muerte, que cada vez tenían más y más clientes.
La comunidad de magos aún no se podía explicar por qué tal cosa sucedía. Solo sabían que el fenómeno aún no alcanzaba al Gran Aliquisini y le advertían constantemente que tuviera cuidado, que el nuevo aparato ese que llamaban televisión les metía ideas extrañas a la gente y que podía terminar pagando la cuenta de un culpable mal encubierto. 

Esa iba a ser la noche, lo sintió en sus huesos.
Y de hecho, no lo sintió por mucho; apenas se paró sobre su familiar escenario-que de pronto le pareció ridículamente grande-comenzaron a encararlo con violencia. Lo estaba viviendo.

—¡Ya dinos dónde está el truco!

—¡Sí, estamos hartos que tipos como tú nos quieran tapar los ojos e impedirnos ver el verdadero camino!

Entonces él habló, tembloroso—¿Y cuál es ese camino, hermanos?

—¡Ciencia!—Gritó uno con sed—¡Ciencia!—Le acompañó otro—¡Ciencia, ciencia, ciencia...!—Estaban todos coreando de pronto, y a él no le quedó otra que encorvarse aún cuando le daba vergüenza hacerlo, al ver a su esposa tan calmada y orgullosa junto a él.—¡Ya basta de juegos, dejen de guardar los secretos del saber y compártalos con todos!, ¡muerte al truco!—Continúa hablando el primero y—¡Muerte al truco, muerte al truco...!—Le siguieron los demás.

—¡No existe tal truco!—Se defendió él con dientes y garras.—¡Yo y mis colegas ni si quiera estamos seguro de qué es lo que ustedes reclaman!—Trató de hablar con la calma, fluidez y elegancia con la que solía.

—Si estás tan seguro, ¡has magia entonces!—Habló una mujer desde la multitud, él solo vio una mata espesa de rizos—Y  más te vale que de la buena, no como tus amigos—Terminó de rezongar, pero él seguía sopesando si convertirla en una cerda la dejaría satisfecha.

—Muéstrales—Su esposa le dirigió una mirada de desafío al público y luego una a él, apretando su mano con fuerza—Yo creo en ti—Le sonrió.

Él asintió con más seguridad, con más de la que sentía. Cuando ella se separó un poco de él, a su posición, sacó sus cartas. Lo mejor era empezar con algo simple para ganar más confianza y engatusar a la gente.

—Procederé a convertir este mazo de simples cartas en palomas—Anunció sin mucho ánimo—¿Me haría el favor señorita?—Le dice más animado a su esposa, acercándole las cartas a la boca, para que ella pudiera darle el habitual soplido. ¿Sería eso lo que esas personas habían llamado truco?

—¡Ahora digan conmigo las palabras mágicas!—Pidió alegre su asistente. Pero a diferencia de otras veces, nadie contestó a su llamado. Las cartas se le resbalaron de las manos en un temblor nacido del alma, sentía miedo, mucho miedo. Habían experimentado crisis como estas con la radio, con el telégrafo, con la electricidad...pero nunca había llegado a ser tan grave como con este nuevo invento llamado televisión. Sintió que el alma se le iba del cuerpo cuando—Credo, credere, credimus—Susurró Lucía a su lado, apretando su hombro, instándolo a continuar. De pronto se vio envuelto por un montón de palomas blancas, que volando comenzaron a buscar alguna salida por la cual gritar libertad. Se preguntó si no sería ella la maga.

La risa anterior de la concurrencia fue cambiada por aplausos y gritos de asombro.

—¡Con ustedes, el Gran Alisiquini!—Gritó su esposa, con soberbia, y los alaridos de júbilo se hicieron más presentes, varias personas se levantaron de su asiento.—Les demostraste—Le dijo luego a él, en  voz baja, mientras lo guiaba a la bajada del escenario.

—Esa cosa es peligrosa—Rompió el silencio en que se sumieron cuando llegaron a su camarín, refiriéndose a la televisión.

—Siempre pasa con el juguetito tecnológico de turno—Le restó ella importancia.

—Este es diferente Lu, prométeme que tú no verás televisión.

—Yo haré lo que quiera.

—Entonces prométeme que nunca dejarás de confiar en mí—Se lanzó a los pies de su mujer, desesperado, tiritando como un niño mientras sollozaba.

Los ojos de Lucía se llenaron de ternura. Se agachó para abrazar a su marido.—Te lo prometo.

Sus vidas continuaron luego de ese día y vivir se hizo más difícil. A pesar de que podrían hablar de ese incidente como un triunfo y de ser conocido en el lugar como el único mago medianamente creíble, fueron reemplazados en el casino por otros tipos de espectáculos; las cantantes de voz sensual y los bailarines de copa alta llenaron los escenarios importantes, empujándolo a él y su magia-cada día más débil-a los cumpleaños y las esquinas concurridas. De alguna manera sobrevivían y eran felices. Y a pesar que Lucía había comprado una pequeña televisión, él podía seguir haciendo los actos que le otorgaban un humilde prestigio que sus camaradas habían perdido, y constantes llamados para ir a entretener niños.

Se habían acostumbrado a un estilo de vida pacífico y sin novedad. Hasta que una limusina se detuvo frente a la avenida principal donde él y su esposa solían trabajar.

Era el dueño de un importante casino y le ofreció la oportunidad de volver a los grandes escenarios.

Y él aceptó lo que parecía ser, la revancha contra el destino.

Sacó del armario sus viejas galas, que aún le quedaban impecables. Lo mismo sucedía con su preciosa esposa, de cabellera dorada y ojos de laguna. Fueron al casino después de la novela de las seis.

Ninguno de los dos dijo palabra alguna ni quiso mostrarse nervioso. Se subieron al escenario como si nunca se hubieran bajado. Era más grande que la última vez y estaba más iluminado, había también más público, pero todos esperaban sonrientes y eso le dio confianza para hacer un espectáculo de los grandes.

—¡Buenas noches mi estimada audiencia!—Habló por lo que le dijeron se llamaba un micrófono, estaba pegado tras su oreja. Su voz fue recibida con gritos de entusiasmo—Hoy cubriré a mi hermosa asistente con mi capa—Se la quitó de los hombros—Y la travesaré con múltiples espadas—Apuntó las ocho que había traído—¡Y no recibirá ningún daño!—El público dio aplausos y sonidos de expectación.

Le sonrió a su esposa excitado, como en los viejos tiempos, pero no alcanzó a ver su rostro mientras lo cubría con su pesada capa de terciopelo negro—¡Ahora digan las palabras mágicas conmigo!

Y le respondieron a coro—¡Credo, credere, credimus!

Él procedió a atravesar la capa con los distintos filos, con confianza, intercambiando miradas con una que otra persona del gigantesco auditorio. Todo iba bien. Todo iba perfecto hasta que alguien se levantó vociferando—¡Sangre!—El mago miró con extrañeza el lugar que apuntaba y, efectivamente, una poza de sangre corría desde abajo de la capa por el escenario—¡Alguien haga algo!—Repitió la mujer.

Él, sin poder creerlo, se agachó frente al bulto para levantar la tela y ver la cara sonriente de su esposa."Es una broma". Dirá mientras ríe. Al estirar sus manos hacia la capa, notó que estas estaban arrugadas y con las venas al descubierto, su ropa también, estaba infinitamente remendada y le quedaba pequeña. No lo había notado. Con el corazón latiéndole sin parar quitó el terciopelo de mala calidad de su mujer, igual de decrépita, igual de ridícula con el pequeño bikini dorado, igual de sorprendida, con las pupilas fijas y abiertas, con múltiples heridas en su cuerpo, con unas cuantas filosas espadas atravesándola. El pánico fue general, los gritos, monumentales.

—¡Llamen a una ambulancia, llamen a la policía!

Pero él no les prestaba atención—¿Qué le hicieron a mi esposa?—Murmuró acercando el cuerpo inerte al suyo—¿Por qué vinieron?, ¿por qué pronunciaron las palabras mágicas si ninguno de ustedes cree en la magia?—Le preguntó al aire con voz queda, apretando a su mujer entre sus brazos. Tembló en sincronía con su llanto hasta que la pena cedió y—¡Puta, eres una puta!—Se levantó echo furia—¡Dijiste que nunca dejaría de creer en mí!—Se cae al suelo y—Me lo prometiste—No paraba de llorar.

La policía llegó y se lo llevó esposado. Ella ni si quiera tuvo la posibilidad de ser salvada.

—¡Ah, rufianes, me usaron para descubrir cuál era el truco!—Chillaba camino a la patrulla—¡No debí fiarme de ustedes, malditos!

El también lo había descubierto, el truco de todo mago.

Al final, el truco es creer.



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La imagen se llama "El mago" y es de Roger De Lafresnaye.

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