viernes, 5 de abril de 2013

La industria del sexo

—¡Necrofilia!

Retumba la voz de un pequeño, dejando que la pelota cruce las varas que hacen de arco. La multitud que a esa hora camina alrededor de la plazoleta, variada y múltiple gracias al paradero del frente,  se detiene de impresión.


En el pasto seco, amarillento, más amarillento que las hojas de otoño y una dentadura de oro endeudada con el azúcar, una pareja mantiene relaciones sexuales sin importarle la mirada de terceros, o de cuartos, o de quintos o...no les importa.


Pero, un momento.

—¡Está muerta!


Gritan y vuelven a gritar de tanto en tanto, a veces con ayuda de susurros vecinos, otras, en los oídos de quien tengan al lado; horrorizados, divertidos, curiosos, levantan sus celulares para inmortalizar el momento.


El gordo se mueve afanoso y quejumbroso contra la chica, y la chica, la chica no hace nada; los ojos enfocados hacia el vacío, no se mueve ni un suspiro de su cuerpo, solo la carne al compás de la carne, de mucha carne, carne.


—Tal depravación, ¿de dónde habrá sacado un cadáver tan fresco?


Y más murmullos entre los ciudadanos que se multiplican rápidamente, abuelos, niños, padres de familia y madres también, tíos, tías, personas que arrastran personas y personas que arrastran personitas para enseñarles lo que no se debe hacer, que a la izquierda no resulta, que más a la derecha tampoco, fuerte, lento, no, así no, ese tipo de enseñanzas que sirven para toda la vida.

La mujer tiene los ojos de un color extraño, hay todo un debate en la muchedumbre sur del tumulto, o es color muerte o es color lujuria, un chico de muy mal humor se impone con el color cerveza, corren las apuestas, que el tipo no dura más de un rato, que durará lo que tenga que durar. La chica habría de tener 18 años cuando murió, al parecer hace muy poco, porque si bien no había rastro de color en su piel, su cabello aún estaba sedoso, su piel firme y el rojo sangraba fresco entre sus labios tristes. La envidia cunde y se contagia entre los humanos al pasar las segundos, y son ya muy pocos los que permanecen ahí solo para reclamar el descaro con el que practican necrofilia a pleno día de verano-otoño.


Un ligero y patético "Ah" sale de la boca del hombre cuando se da por satisfecho, se deja caer de costado mientras trata de subirse los pantalones. Jadea. Ve que lo ven y sonríe triunfal. Mira las cámaras y su rostro es dueño de una sonrisa más grande. Algunos aplauden, él está sopesando la posibilidad de levantarse y hacer reverencias, tal vez firmar uno que otro autógrafo, pero la chica se levanta en silencio, bajándose la falda.

—Bah, está viva—El descontento es general, lanzan miradas de decepción y se sienten engañados. Comienzan a dispersarse más rápido de lo que llegaron y al final solo queda un grupo de niños jugando a la pelota.


El veinteañero mira con rabia a la chiquilla, pero termina por hacer un sonido con la boca y luego se pone a caminar, dejándola ahí, sin ninguna palabra. 


Se vuelve a recostar contra el suelo sin extrañar ni sentir ninguna emoción en especial hacia esa espalda que se aleja, ¿cómo se atrevían a dudar de ella de esa manera? ¡por su puesto que está muerta!, la humillación le palpitaba en las sienes. 

Dejó que sus propias palabras la apuñalaran, a ver si así convencía a su cuerpo a mostrarse tal como se sentía por dentro.


No hay comentarios:

Publicar un comentario