Oz es la tierra en donde las niñas, al cumplir los catorce se convierten en brujas o hechiceras.
Oz es un lugar tan bello, tan pacífico y tan perfecto, que necesitan de gente que haga el mal; en las escuelas de magia se encargan de designar quienes han de hacerlo, y hacerlo bien. Según el tipo de arte que son capaces de utilizar, aquellas que se les de mejor las pócimas, la lectura y el cambio de clima así como el dominio de las lenguas muertas serían brujas, y las afines a los cánticos, lectura y transformación de la naturaleza así como el entendimiento de animales y criaturas mágicas serían hechiceras.
Ambas personalidades eran muy apreciadas, y según el talento de cada una, aprendían a convivir con aquello que les sentara mejor. Menos Elly. Elly nació para ser bruja. Elly pudría todo aquello que tocaba y se le acercaba, empezando por su madre, muerta apenas ella dio el primer grito fuera de su útero. Las grandes autoridades solían presionarla para que ingresara a una academia de chica normales, regalándole a menudo la promesa de que tal vez, allí aprendiera a controlar su extraña afinidad con el mal y podría ser hechicera tal como ella deseaba, para ser amiga de los árboles y viajar a otras tierras para ayudar a las princesas y a los príncipes a encontrarse, como lo había hecho su madre cuando era joven.
La promesa se convirtió en esos anunciados momentáneos, esos que se lanzan llenos de saliva con la intención de callar a la gente para que te dejen en paz. Política pura. Sus poderes permanecieron con inclinación hacia lo oscuro, y aunque aprendió a manipularlos mejor esto recayó en la temprana madures mágica que experimentó, etapa delicada para cualquier niña, cuando sus poderes se vuelven inestables mientras cambia su cuerpo. Su magia parecía estar en una constante ebullición y su personalidad se fue acentuando, como la de una bruja; violenta, huraña, avara, maliciosa y mentirosa, o algo así. Y ella, que era en realidad buena y consciente, aceptó con gusto la decisión de las altas autoridades, quienes hicieron notar la imperiosa necesidad de Oz y sus habitantes de que Elly se fuera a retirar a la montaña como todas las brujas y que bajara a la ciudad solo a cumplir con su deber: robar, destruir, engañar y maldecir para que la hechiceras pudieran devolver, construir, investigar y encantar.
Le dieron un par de botas puntiagudas, que indicarían la cantidad de magia que ella usara a medida que las puntas se fueran estirando y enroscado. Lo más preciado para una bruja son sus zapatos. Para la hechicera lo son las mangas, donde guardan polvos y serpentinas varias.
La brujas son poderosas, y deben expulsar la magia que tienen en el cuerpo o algo malo podría pasarles, y la única magia que pueden ejecutar es la brujería. Pero Elly decidió que si debía ser una bruja, sería también una hechicera, y como hechicera protegería a Oz de sus propios poderes, viviendo en la cabaña más alejada, conteniendo la destrucción que pulsaba en su sangre con la fuerza de un deseo antiguo, de una promesa que jamás había sido posible ni en su pleno crecimiento como mentira.
Ella que siempre fue hermosa a la usanza clásica, de pronto se volvió delgada y encorvada, con una enorme joroba y una nariz curva y sobresaliente, llena de granos y protuberancias que escocían pus y otros líquidos del cuerpo, su cabello era ahora una mata de crin negro revuelto y enredado, sus dedos repletos de vellos eran deformes y callosos, debía cubrirse con un manto y un sombrero en punta oscuros para no asustar a nadie cuando iba al mercado, aprendió a hablarle a los objetos inertes para tener más compañía y darles pequeñas tareas: su mejor amiga era la escoba que hasta la transportaba por los aires cuando ella se lo pedía con cariño maternal, a sus bellas pares en cambio, su deterioro sin razón les causaba repugnancia, pero por sobretodas las cosas, miedo y un montón de dudas.
Fue cuando vieron, por casualidad y sin permiso, las botas de Elly sin ninguna señal de que ella hubiera usado magia, cuando comprendieron. Pues eran las brujas muy inteligentes: ella no había querido usar brujería y eso la estaba enfermando. Y no fue solo eso lo que se aclaró en sus cerebros, se dieron cuenta también, que en realidad, ellas no elegían su futuro, como siempre habían pensado, sino que estaban obligadas a ser lo que eran por las consecuencias que su resistencia podía significar para sus familias cuando eran pequeñas. Elly había querido ser hechicera desde siempre y no se lo permitieron, ni trataron de encontrar una solución a sus deseos.
Se miraron las unas a las otras incómodas, se sentían engañadas y muy enojadas, porque mientras la pobre bruja agonizaba allá arriba, las hechiceras y los mortales vivían en su mundo perfecto, entreteniéndose solo cuando ellas iban a molestarlos, gozando cuando las veían derrotadas.
¡Y no es que las brujas fueran más débiles que las hechiceras!
Solo eran más suaves y piadosas a la hora de atacar o maldecir, porque no querían a nadie realmente herido, solo hacían su pequeña cuota de maldad, lo que se suponía que debían hacer porque...debían hacerlo.
Enfadadas, fueron a sus cabañas por escobas, y por primera vez estas les obedecieron como la suya hacía con Elly. En medio de gritos y risas desgarradoras, para evitar llorar, volaron hasta la ciudad con el corazón hecho piedra, eran tantas que taparon la luz que daba en Oz, obligando a todos a mirar al cielo, a encontrarse con sus figuras suspendidas entre las nubes y luego lanzándose contra ellos azotando y destruyendo todo lo que tenían a su paso, sin hacerle daño real a la gente, solo a las hechiceras las dejaban calvas o les hacían crecer verrugas en el rostro, las volvían rechonchas y les ponían partes de animales, a las más bellas, con envidia, les convertían las piernas en cola y les reemplazaban los pulmones por branquias para luego lanzarlas al mar, hicieron también, que caballos de palo y muñecas rubias persiguieran a los niños, que las corbatas y los corsé se fundieran con sus dueños, que los zapatos se empequeñecieran, que las papadas se agrandaran, allá donde fueran dejaban caos.
Las hechiceras cayeron y las brujas, más fuertes y listas, pensaron en hacerse con el poder, un lugar llamado Oz donde reinara la maldad y se necesitara del bien para mantener el equilibrio, ¡adiós a la tiranía de la bondad!, no dudaron un segundo al pensar en alguien para que las gobernara: querían a Elly. Subió una pequeña comisión a las escobas, y juntas ascendieron por montaña para invitar a su futura gobernante a bajar, llenándola de reverencias, sobrenombres cariñosos y una caravana de flores. Ella se mostró extrañada, pero se dejó conducir a un Oz que no reconoció; las casas parecían castillos de cenizas y los animales de las granjas estaban dispersos por las calles, la gente lloraba y se inclinaba cuando pasaba el grupo de brujas, los niños se escondían entre los escombros y las faldas de sus madres, las hechiceras se confundían con los perros domésticos y los que en algún tiempo fueron mendigos. Elly sintió una profunda tristeza, su trabajo como hechicera había fracasado, pero no mostró nada de esa congoja, guardó silencio y aceptó el cargo con la condición de hacer una gran fiesta solo para brujas en el palacio que antes habitaban las hechiceras.
No perdieron el tempo y adornaron el lugar, mandaron a las gentes de Oz a que prepararan el mejor banquete y que tocaran la mejor música, estaban todas reunidas en el comedor cuando Elly apareció en un puff inestable, violento, repletando el salón de humo. La brujas gritaron su nombre con entusiasmo, por haberlas inspirado a rebelarse, a darse cuenta de la manera en la que eran manipuladas. Elly no las dejó terminar de hablar.
—Aunque su intención fue buena, como hechicera de Oz no puedo permitir que esto continúe.
Las brujas quedaron en shock, no alcanzaron a salir de la habitación ni a quitarse las sonrisas del rostro, puertas y ventanas se cerraron repentinamente, dejándolas atrapadas adentro, Elly dejó que toda la magia acumulada en su cuerpo saliera de una vez, acabando con ella misma, todas las brujas y el palacio gubernamental de la ciudad en un segundo cronometrado.
Cuando comprobaron que todas las brujas habían muerto, y que solo unas pocas hechiceras quedaban con vida, clausuraron todas las escuela de magia y los encantamientos blancos solo se pasaron de generación en generación, oralmente y llenos de temor y vergüenza. Los registros escritos ardieron y los ciudadanos se sumaron a la tendencia cristiana con fervor. Experimentaban pánico con cualquier cosa desconocida, porque les recordaba esa magia tormentosa y llena de resentimiento que había caído ese día sobre ellos. A las que creían brujas por practicar algo propio de su cultura o que lucían como ellas solían verse, eran condenadas a la hoguera sin pensarlo dos veces.
El pueblo de Oz tuvo que vivir feliz y en paz para siempre.
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