desesperado,
entre las burbujas calientes del mar.
El que a mi oído le ha dado, a propósito, el papel de mantenerme viva en la espera,
porque ahora estos oídos son mi corazón,
y siento tras ellos un ruidoso latido.
Ojalá fuera calor lo que a mis piernas hace de arena,
permitiendo bajar por ellas a los insectos que escapan presurosos de las palabras blancas,
y mortales,
que lanza la boca oceánica.
¡Ojalá fuera calor!
Así habría de tener una cura
para mis ojos que son ahora una boca sedienta de ese paisaje furioso,
para mis manos,
ojos perdidos y vagos,
que quieren palpar la textura que se esconde bajo el reflejo de esas nubes indecisas,
para mi cuerpo entero que de pronto es un bote de madera mal trabajada y sin más habitante que un alma enferma,
adicta al aroma marino e imaginario de esas olas especiadas,
para mi cuerpo, ahora un trozo de árbol muerto,
suicida por el deseo de flotar desde que tú eres un mar iracundo,
inmenso a la vista y tan tierno al tacto de la madera confundida,
desde que tú eres fuente de la única agua que quiere sentir esta garganta,
aunque lleve al resto de la consciencia al caos.
No, no es calor,
pero dime que lo es, que es eso lo que me ha vuelto loca,
o dime que nunca haz sido como el mar y que es una comparación inútil,
dime que soy miserable y doy pena,
pero no me digas que esto es un poema de amor
y que te lo he escrito a ti,
porque estoy harta de lanzar botellas que nunca tienen respuesta;
ya no quiero verlas regresar hechas un puñado de polvo, atadas a un golpe espumoso en la corteza de esta embarcación que no sabe de timones y mucho menos
de capitán.
entre las burbujas calientes del mar.
El que a mi oído le ha dado, a propósito, el papel de mantenerme viva en la espera,
porque ahora estos oídos son mi corazón,
y siento tras ellos un ruidoso latido.
Ojalá fuera calor lo que a mis piernas hace de arena,
permitiendo bajar por ellas a los insectos que escapan presurosos de las palabras blancas,
y mortales,
que lanza la boca oceánica.
¡Ojalá fuera calor!
Así habría de tener una cura
para mis ojos que son ahora una boca sedienta de ese paisaje furioso,
para mis manos,
ojos perdidos y vagos,
que quieren palpar la textura que se esconde bajo el reflejo de esas nubes indecisas,
para mi cuerpo entero que de pronto es un bote de madera mal trabajada y sin más habitante que un alma enferma,
adicta al aroma marino e imaginario de esas olas especiadas,
para mi cuerpo, ahora un trozo de árbol muerto,
suicida por el deseo de flotar desde que tú eres un mar iracundo,
inmenso a la vista y tan tierno al tacto de la madera confundida,
desde que tú eres fuente de la única agua que quiere sentir esta garganta,
aunque lleve al resto de la consciencia al caos.
No, no es calor,
pero dime que lo es, que es eso lo que me ha vuelto loca,
o dime que nunca haz sido como el mar y que es una comparación inútil,
dime que soy miserable y doy pena,
pero no me digas que esto es un poema de amor
y que te lo he escrito a ti,
porque estoy harta de lanzar botellas que nunca tienen respuesta;
ya no quiero verlas regresar hechas un puñado de polvo, atadas a un golpe espumoso en la corteza de esta embarcación que no sabe de timones y mucho menos
de capitán.
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