jueves, 14 de febrero de 2013
Callen a ese puto animal
Mi mamá me gritaba, como si yo fuera el perro negro.
¿Cómo se llama?
Creo que Pluma, o Valentía, o Victoria.
¿O se llamaban así los anteriores?
No tengo idea, el vecino los cambia cuando le da la gana, o los rota, o es que son el mismo pero se me olvida, o tal vez es que todos lucen igual, un poco cansados y sedientos en ese patio delantero, yermo, sin ninguna sombra o una mata tímida de mala yerba. Todos tienen cara de pastor alemán y postura de abuelita.
Son silenciosos por lo general, y le mueven la cola a todos los vecinos que pasan regularmente por delante de la reja, aunque pocos le hacen cariño, uno nunca sabe, dicen.
Al dueño se le ve poco, a veces tiene una camioneta roja y otras, un jeep verde paco, a veces es un joven recién salido de la universidad y otras, un viejo cascarrabias. El perro tampoco parece conocerlo muy bien, pero es su amo, o algo, y varias veces mira por el ventanal esperando paciente una introducción a su persona.
—Pobre perrito—Suelen exclamar, y le asoman la manguera por la reja y el animal se acerca humilde a tomar lo que le ofrecen y luego se aleja, firme hasta las orejas, digno a su posición de mártir junto a la puerta cuando hace calor, junto a la puerta cuando hace frío.
Si tan solo supiera pintar.
—Callen a ese puto animal—No dudaron ni un minuto en empezar a decir cuando Pluma, o Valentía, o Victoria, comenzó con el extraño hábito de aullar a cada hora.
Literalmente.
—Como un reloj cucú, maldita sea.
A veces nuestro perro también se le unía, otras, se les unían los de toda la manzana.
Varios fueron hasta su portón para reclamarle al dueño, pero nunca salió y Pluma, o Valentía, o Victoria, aullaba más fuerte cuando se acercaban a su hogar.
Eso duró tres días, hasta cuando llegó una patrulla de carabineros y un hombre desconocido hasta la casa, abrieron la puerta y por primera vez, al menos que yo supiera, el perro entró.
El vecino estaba muerto.
Nadie sintió la confianza suficiente como para preguntar la causa, no conocíamos al hombre, pero conocíamos a Pluma, o Valentía, o Victoria y se la llevaron con el cuerpo de su dueño.
—Callen a ese puto animal—Dijo mi papá mientras hablaba por teléfono y mi perra ladraba.
Me hubiera gustado responder que sí y arrojar el celular al suelo, pero no me atreví.
Cuando veo un pastor alemán callejero le digo Pluma, o Valentía, o Victoria, solo para ver que pasa.
¿Qué habrán hecho con él?
La pregunta permanece en mi cerebro solo un minuto, la vida continúa.
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