miércoles, 1 de julio de 2015

Oda al cigarro

Me ahorraste mil horas de oración
ahora que volviste a rellenarte
(el vacío de tu alma)
con el humo tabaquino insolente.

Te vai a matar solito
sin mis sicarios
ni mis escupos ponzoñosos,
sin mi venganza fría
ni mis sonrisas mentirosas.
(nada de esto es mío,
pura cosa tuya)

Aceleraste tu fin en una pataleta
y ya no te odio tanto
me das pena,
risita.

Lloraré un poco todos los días,
para ir a puro reírme a tu funeral,
me tatuaré la quemadura de un cigarro
y diré que es la constelación que me salvó.

Ya no necesito rezarte muerto
ahora que decidiste inmolarte en el sol de las cenizas,
no gastaré más horas
pensándote en un acantilado,
bajo los escombros del destino.

Estoy un poco más libre,
ahora que eres más esclavo;
en tu féretro de humo,
en tu llanto piaresco,
en tu colmena de engaños.

Fúmate otro,
dos
tres
cuatro
(fúmate mil)
y el trabajo se hace solo.

Debí ponerte yo el cigarro en la boca,
mejor que las cuchillas en tu cinturón,
que las pistolas desplumadoras,
que mi sed de sangre tuya
(sangre que también es mía).

No estoy ahí,
pero no hay necesidad:
ya soñé con esto.
No te preocupes,
fingiré un poco de sorpresa.