mal por ella, que tenía una nieta tan culiá despistada. Aunque fueran las tres de la mañana, entraba a su pieza sin tocar ni avisar; buscando las cosas que no se pueden encontrar (el amor, la felicidad, el pasado, las pinzas para arreglarse las cejas...). Y ella, metida en la cama, se despertaba asustada con los sonidos, jurando que la pelá venía a llevársela sí o sí esta vez. Pero no, podía seguir durmiendo diez minutos más.
George Grosz |
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