miércoles, 29 de octubre de 2014

Verano

A mi artista favorita la conocí el día en que tuve el sol entre mis dedos, cuando lo hice mío al llevarme una mano a la cara para escapar un rato del calor. Lo sentí bailar en la palma de mi mano y me dio rabia comprobar que era tal como me contaron: una esfera perfecta, que me lastimaba las yemas de los dedos y me destruía el sentido de la realidad. Creo que fue el único día en que el sol me pareció simpático.

El único día de mi vida en que sentí afecto por el sol, conocí a mi artista favorita, hacía un calor lluvioso y el cuerpo pesaba cinco kilos más de puro sudor a punto de derramarse. Me acerqué emocionada y le dije muchas cosas a la vez; que era mi artista favorita, que por favor me creyera cuando le decía que era mi artista favorita. 

Ella no era lo que imaginaba, tenía un aire de tristeza que acentuaban los 35°C a las cuatro de la tarde, estaba cansada y obviamente no tenía interés en nada de lo que yo decía. Palabras románticas, inútiles contra ese fuego que emanaba del aire y de la tierra; yo le decía que amaba su trabajo mientras la mesa se derretía y una mancha de aceite crecía en las ilustraciones que estaban sobre el lindo mantel de terciopelo burdeo.

Me sentí tan estúpida cuando conocí a mi artista favorita. 
Para pasar la pena, me enamoré de la artista de al lado, pero no parecía que pudiera convertirse en mi favorita y tampoco le inventé un nombre ni una manera de ser.

A mi artista favorita la conocí el día en que tuve el sol entre mis dedos, cuando los pies se me cocían dentro de las plataformas y se me corría el maquillaje de los ojos. No era como me la había imaginado y por eso sigue siendo mi artista favorita.

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