Un bombazo y ya,
empezaron a desaparecer todos los basureros metálicos del metro de Santiago de Chile, como si ellos fueran los culpables.
Lo mejor: la gente igual dejaba la basura ahí; a los pies del vacío, frente a la marca criminal que delataba al cuerpo que horas antes estaba empotrado en la pared. Parecían velitas las botellas de bebida, bien paradas en la deriva del andén, y los embases de alfajor daban aire de ofrendas y plaquitas de graciasporfavorconcedido.
Es bien divertido como las personas lloran en silencio, al amparo del ritual.
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