sábado, 13 de septiembre de 2014

Primer Amor

Edvard Munch
Por esto podrían someterla al apedreo público y al repudio de las madres que han decidido traer a sus hijos a la tierra, pero el diagnóstico es grave, aún cuando no ha sido otro doctor menos docto que ella misma quien se reparte medicinas y hierbas para combatir el mal que la aqueja desde que el corazón infantil le hizo tick y como respuesta a su propia incredulidad le devolvió un tack al compás de una sonrisa y una mano sudorosa contra la de ella.
Se considera a sí misma muy de enamorarse de cualquiera y sin embargo, todos esas personas anónimas parecían ser piezas de un rompecabezas; era una sensación que no se podía quitar del pecho y que atormentaba sus relaciones futuras en el presente estacionado frente a su casa destruída por el desorden de su cabeza.
Lo que sucede, es que todos todos se llaman igual. No de apellido, las coincidencias nunca son tan poderosas, pero el nombre se repetía sin cansancio hasta desquiciarla. Terminaba  inventando nombres y matando a algún amante que le había hecho llorar cuando le preguntaban por la gente del pasado; pero eso no detenía la verdad ni la sofocación y se ponía a pensar en la filosofía de los nombres, que si encierran el alma, que si en una vida pasada, que la verdadera esencia del ser humano.
Se quedaba en cama por horas y decidía que probablemente era culpa del primer amor, siempre venenoso y dulce bajo la pila de años que se amontonan y empolvan unos sobre otros, empujado por la adolescencia y los libros y las películas y las novelas y el corazón que busca afuera un pedazo de sí mismo como si no existiera la lógica. 

Se ducha pronunciando un nombre, pero sale de casa y se le olvida todo, porque hay tantas cosas por hacer; volverá a sus cavilaciones cuando se vuelva a sentir sola, cuando sueñe con gente que apenas recuerda.

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