lunes, 18 de agosto de 2014

El espía

Allí en la tierra vivían los ángeles que eran menos ángeles que el resto. Si los ángeles viven en el cielo o el subsuelo, a quién le sirven o qué los hace tales no incumbe ni incumbirá jamás al ser humano, porque tenemos ese gusto de imaginarlo todo a nuestra manera; pero sí es necesario hablar sobre lo que sucedió hace algún tiempo atrás, cuando alguien echó a correr el rumor que, si comían un corazón humano, los ángeles de la tierra podrían unirse a sus compañeros. Comenzaron entonces a deslizarse por las noches en las tabernas, silenciosos en las cunas de los bebés recién nacidos, a dar alivio en las familias numerosas, a regalar una caricia mortal a los amantes trágicos, un beso de consuelo a los miserables; y durante el día se regalaban los unos a los otros el sobrenombre de muerte, mientras transpiraban remordimiento helado. El mal asunto: estaban siendo engañados.
Un día, pudo ser cualquiera, soñaron que tenían que subir una montaña, y cada uno asistió con la creencia que había llegado el momento de recibir la recompensa a los esfuerzos y la sangre derramada con el fin de volver al útero; mas solo vieron las caras de los otros como ellos, tan fáciles de reconocer. ¿El resultado?,  se lanzaron los unos sobre los otros alegando conspiraciones y deslealtades, se buscaron alas y colas y garras hasta que lo sintieron: un dolor tan grande en un lugar tan lejano al cuerpo y tan dentro de sus cabezas, que sin importar con qué fuerza cerraran los ojos o cuánto pidieran silencio o piedad, a nadie se le ablandó el corazón con las oraciones que, repentinas, llenaron el silencio de la tierra, ni se conmovieron las flores al ser regadas con lágrimas y muecas de sufrimiento.

Era una trompeta lo que escuchaban. En todas partes, en ninguna, retumbando sin vibrar, secando sus gargantas mientras la saliva y la sangre burbujeaban a medida que la temperatura de sus cuerpos aumentaba y la piel se estiraba bajo el crecimiento de los huesos y los músculos. Les creció piel de los colores del cielo nocturno y atardecido, los dientes se les alargaron y encontraron las colas y las alas que habían buscado anteriormente, los encontraron y se miraron incrédulos en medio de la confusión. Varios se aventuraron a pensar que ahora eran ángeles de verdad, y es que, ¿quién había visto uno?;  mientras, el resto caía en pánico: tan grande, tan profundo que se quedaron ahí, petrificados hasta que fueron atropellados en el intento de los otros por controlar ese cuerpo.
Y luego empezó: de pronto, sus miembros comenzaron a moverse  sin otra explicación que un impulso urgente y una sed extraña que les llenó el cerebro del futuro: la sangre fresca del corazón de unos cuantos convirtiéndose en un punto final a la vida de muchos más. De sus bocas salía fuego, sus pasos agrietaron la tierra y sus alas hacían chocar las nubes con la violencia suficiente para provocar truenos que reventaban los tímpanos de los más cercanos, sus cuerpos  se sumergían en una nube de vapor provocada por ellos mismos y cada movimiento hacía el sonido de un universo naciente, todo ruego por sed era un zarpazo fatal de confusión y el tamaño de sus presencias no se podía medir con la vista ni con el miedo y mucho menos con la religión ( la ciencia fue olvidada).

Y la sangre. Por sobretodas las cosas hubo tanta, tanta sangre.
Los llamaron dragones, a esos ángeles de tierra que rondaban patéticos la plaza rogando por un pedazo de pan. Dragones, gritaban cuando el mundo temblaba y las estrellas tenían un brillo de sorna maliciosa. Dragones, tratando de devorar el planeta, deseando destruir todo lo que tenía un propósito.
Cómo extrañaron a esos sucios pordioseros con aires reales.

Las mujeres y hombres más valientes (y tontos) salieron a defender a la especie, pero todos hallaron una tumba cálida tras cada desafío pronunciado por el ego y el sueño embriagador del héroe y la gloria. A excepción de uno.
Era, ¿cómo describir siquiera, a ese ser que no se le adivinaba nada más que un nombre divino que jamás salió de su boca ni de la de ningún humano?,  era obviamente uno de esos ángeles que solían vagar por la tierra;  había algo en sus ojos, ¿ambición tal vez?, que lo delataba a pesar del oro de su piel y de la plata de sus cabellos. Dijo que se encargaría y se desnudó.

Eliminó a sus compañeros sin esfuerzo ni lágrimas, y cuando quedó uno el líder de los humanos se lo pidió de mascota, pero fue decapitado con la última letra de su deseo. Los aldeanos velaron el cuerpo del dragón con una pira, flores y naranjas, porque algo en su interior les dijo que era razón para lamentarse; cuando terminaron sonaron los cielos y las tierras se abrieron y los mares se alzaron, y al cazador de dragones le salieron alas y una corona adornó sus cabellos; tras de él se elevó un trono de cristal y los hombres sintieron el deseo de besarles los pies y sonrieron tanto que quedaron ciegos y ese día se escucharon voces del espacio y los temblores gritaban un nombre y la tierra se hizo más caliente y las nubes más ligeras. Algo se celebraba, pero nada de eso importa.

¿Quién les dijo que al comer corazones humanos podrían ir con sus hermanos?
¿Y quién gobierna ahora sobre las mentes de los mortales?

Esta es otra historia sobre cómo los hombres regalaron su ser a la fantasía de la paz porque tuvieron un poco de miedo.
 
William Blake




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*este lo escribí hace tiempo pero no lo había colgado acá porque lo estaba postulando a un concurso, hoy fue la ceremonia de premiación así que supongo que está bien ponerlo ahora.
**me gustan los dragones.

2 comentarios:

  1. 1- Amo los dragones
    2- Me gustó mucho el cuento
    3- ¿Cómo salió el concurso?

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    1. 1- Yo también los amo muuuucho <3 <3
      2- Me hace infinitamente feliz que te guste, no sabes cuánto <3
      3- Mmm...no sé, jajaja no fui a la premiación porque era justo en horario de almuerzo y se me fue TTOTT, pero estoy segura que quien haya ganado, escribió algo maravilloso <3.

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