Volvía a mi casa y, a una esquina de la meta, un grupo de mormones me interceptó. Fueron muy amables, antes de entregarme unos folletos que hablaban de la palabra del señor, me preguntaron cómo había estado mi día y si tenía internet.
Me sentí mal cuando llegué a mi casa y empecé a recortar e inventar frases con las hojitas que me habían dado.
¡De verdad lo siento!
No eres tú y mucho menos yo, supongo que la culpa la tiene dios.
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