Una familia tan devota, que construyó un santuario de San Sebastián a las afueras de su casa, como una especie de regalo a la comunidad. Eran tan buenos.
Un día, hallaron cien mil pesos entre las flores y el marido fue a la iglesia del vino para dar las gracias. El milagro resultó tan bien, que no volvió a su casa sino después de siete días, sin plata ni cobre; con un hijo que nunca reconocería a la rastra, a nueve cuotas.
Gerard Van Honthorst |
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