John Bauer |
Cenicienta.
Cenicienta ya es temprano, Cenicienta has desayuno, Cenicienta limpia el baño, Cenicienta prende la estufa, Cenicienta, ¡Cenicienta!.
Cenicienta frega loza, Cenicienta ponte a tejer, Cenicienta alimenta los perros, Cinicienta has de comer. Cenicienta reprime las lágrimas, Cenicienta es hora del té, Cenicienta hay que ir a recoger a los niños, Cenicienta ya son las diez.
¡Cenicienta!.
Es una cosa totalmente distinta cuando te lo dices a ti misma. Cenicienta se repite la rutina diaria en la cabeza para darse ánimos, porque hace rato que le aburrió la radio romántica y el Ricardo Arjona; además, le contaron que le había pegado a su mujer. El día en que a ella le dejen un ojo morado será el final, se susurra, y a veces se encuentra echándole más sal a la sopa para que la guillotina le arranque la cabeza luego y todo se acabe de una vez; pero entonces mira a sus chiquitines y saca el salero de la mesa. Le pide perdón a la virgencita.
Se persigna cada vez que pasa afuera de una iglesia.
Un día se le perdió el monedero, se agachó para buscarlo abajo del sillón y cuando se levantó había una señora muy sentada, haciendo juego con el estampado fantasma.
—No llore más, mi niña.
—No estoy llorando—Le respondió y la invitada le regaló un suspiro antes de continuar.
—Pequeña Cenicienta, claro que estás llorando pero de eso no más, hoy irás a la fiesta en el palacio y conocerás a tu amor verdadero.
Cenicienta la observó por una largo rato antes de hablar nuevamente—¿Se refiere al bingo bailable en el gimnacio municipal?
—Detalles—Dijo mientras se levantaba del sillón y miraba a su alrededor, se le resbaló una lágrima solitaria y piadosa—Pobre criatura, pero no te preocupes, con un bibidibabidibu emprenderás tu viaje a la felicidad.
—Señora, estoy casada.
—Detalles—Agitó su ramita de canelo y después de un bibidibabidibu, Cenicienta estaba embetunada en un vestido celeste que resplandecía con cada uno de sus movimientos, aunque allí no había ninguna luz.—Y recuerda, la magia se acabará a la medianoche, ¡disfruta!—Y luego, desapareció.
Miró el vestido y se lo arregló como pudo para caminar con más libertad. Salió de su casa y, en la entrada, había una carroza esperándola.
—¿Al baile?
—No, a la verdulería de la esquina por favor—Decidió aprovechar la oportunidad.
Si bien la miraron raro cuando entró al local vestida de esa manera, después de intercambiar los respectivos comentarios y risas dejaron de prestarle atención. Compró lechuga y tomates.
Volvió a casa. Hizo el almuerzo, lavó, cosió, prendió la estufa, fue a buscar a sus hijos al colegio, les preparó algo para comer, barrió la casa, dejó que los perros fueran a dar un paseo, recibió a su esposo, le sirvió la cena y tejió hasta que le dieron las doce.
Después se fue a dormir.
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