miércoles, 23 de julio de 2014

La inevitabilidad de las cosas

A este imbécil le gusta conducir tras las mujeres y ver cómo caminan en el silencio de la lenta putrefacción de su mente, me da asco la manera en que apreta el manubrio y su respiración se hace trabajosa. Si tan solo se conformara con mirar, el maldito infeliz osa gritar y tocar de vez en cuando para luego acelerar, con el pulso más frenético y con una carcajada de superioridad mundana atravesada en la garganta y la dignidad.
De vez en cuando, elegía sus victimas y gustaba de imaginar su rostro, entonces se adelantaba para poder averiguar qué tan acertado había estado con sus suposiciones. A veces, era recibido con un codazo y golpes varios que lo dejaban en el suelo; era entonces cuando yo me olvidaba un rato de las reglas y me levantaba para arrollar varias veces su cuerpo encrispado de rabia y humillación, dejando marcadas las ruedas de la bicicleta que había robado en su cara de mierda.

Maldito malnacido, ¿cuántas veces lo había conducido contra un auto en mitad de la noche?
Un día no tendría tanta suerte.

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