cuando se levantó en la mañana, pudo olfatear su propia esencia, esa que estaba más pegada a la piel que el olor de la cama y la transpiración tras una pesadilla recurrente. Como si fuera poco, también pudo ver a través de las paredes y leer la mente de las personas a su gusto; era obvio que, ese día, se iba a morir.
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