Era una mujer blanda y le gustaba el queso solo cuando se derretía sobre un pan bien tostado, de lo contrario, prefería pasar de el. Le gustaban las caminatas que la dejaban transpirando, los días de veranos con el cielo azul y la piscina bien enclorada. Tenía un don: complacer los corazones de las personas.
Había algo en ella, una sombra quizás, que impedía no sintirte a gusto con ella, tal vez por eso nunca estaba sola.
Eso sí, nunca nadie había ido tan lejos como este tipo que apareció de la nada en su vida y del cual se enamoró tan sorpresivmente. Tenía un aspecto delgado, pálido y transparente como una hoja de papel mantequilla pero con la cabeza más cavernosa que nido de nubes en plena tormenta, allí en el fondo nació la pregunta que acabaría con una mujer que era tan complaciente como para matarse porque alguien se lo pide, porque sería una buena forma de probar cosas. Pero oye, ella era tan rara, ¿cómo iba a ser extraño que se lanzara de no sé donde un día cualquiera?, lo veían venir dijeron, como que no tenía voluntad propia.
Le lloraron a la cámara, el hombre declaró que estaría de duelo toda suvida y de hecho, vivió atormentado por el resto de ella, por no haberle sacado más provecho a la brillante situación a la que se enfrentó un 27 de Mayo en un año de estos, pasajeros, lentos, tiranos.
Le lloraron a la cámara, el hombre declaró que estaría de duelo toda suvida y de hecho, vivió atormentado por el resto de ella, por no haberle sacado más provecho a la brillante situación a la que se enfrentó un 27 de Mayo en un año de estos, pasajeros, lentos, tiranos.
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