Seguro has sentido esta angustia cuando alguien dice que quiere suicidarse, aunque sea por broma: piensas en toda la gente que extrañaría a esa persona, en sus padres llorando junto al féretro, en las palabras que los demás dirán mientras desfilan frente a un estrado, en las canciones que le dedicarán, en las palabras que escribirán, en las lágrimas que se derramarán, en las cosas que han vivido juntos, en la falta que te hará ese pedacito de vida, y todo eso.
Corres hacia esa persona con urgencia a decirle lo valiosa que es.
Es curioso, porque no sucedió tal cosa conmigo; mientras caía desde el infinitoavo piso del edificio del centro de mi ciudad, no pensé en nadie que pudiera sentir esa desesperación: no había quien me extrañara, ni rostros en los maniquies que postrarían por lástima en mi funeral; no sonaron en mi mente canciones que me identificaran, ni palabras que rimarían conmigo cuando compusieran un poema en mi nombre; no habría quién nadara entre lágrimas familiares para poner una rosa en mis labios, ni quien recordara días de diversión conmigo; no era tal cosa como un trozo de vida, ni nada de eso.
Nadie corrió a detenerme, pero muchos se quejaron cuando vieron mi cuerpo desmembrado en la acera, y mis padres hicieron rabieta cuando sobreviví y tuvieron que pagar un montón de tratamientos.
Algo todavía más curioso: eso de joderlos a todos me hizo mucha gracia.
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*la imagen es "L'OEUF" del magnífico Raymond Douillet.
**esta es una visión particular por parte del personaje ficticio respecto al suicidio, no es mi intención ofender a nadie con tal representación.

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