La llevaba a cazar mariposas en el gigantesco patio trasero de su casa, un potrero en el cual se encaramaban múltiples pastos silvestres y unas flores amarillas que no podían ser cortadas con nada ni por nadie. También habían unas espinas altas como tú, con estacas filosas pegadas al cuerpo que al alcanzar su máxima altura terminaban en una flor morada de olor dulzón y, que al secarse, enviaba cartas a los huérfanos del corazón. Allá la llevaba a cazar mariposas naranjas con su hermano; arrancaban de raíz una mata de flores amarillas, ese era su punto débil, y la ramificación de flores y hojas hacían a la perfección de red para los ingenuos insectos. Metían a las mariposas en frascos, creyendo que vivirían.
Cuando su papá hizo cosas malas y amaneció castigado, con sangre de su cráneo corriendo por la almohada, las mariposas se liberaron de sus frascos y salieron volando por las narices del hombre.
Intentó volver a cazarlas, pero en el sitio baldío no encontraron más flores silvestres, ni mariposas confiadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario