—¡Permiso!—La bolsa de pan se cae al suelo mientras suelto un alarido; veo la cara del hombre, burlona, mientras pasa por mi lado. Lo ha hecho a propósito. Huele al alcohol. Imbécil. Recojo la bolsa de pan y me dirijo a la botillería por algo que beber, él está ahí y me reconoce, ve que me pongo nerviosa y se me acerca. Se me está acercando. Con la misma sonrisa burlona.—Disculpe dama—Y me toma una mano entre sus pegajosas pezuñas y la acaricia.Me está tocando.—Pero todo fue para mostrarle que venía muy distraída, tiene que tener cuidado, oiga—Su mano. No. Me toca la mejilla. Me está tocando—Qué es bonita usté'—Y al ver mi cara de pánico de ríe. Se está riendo. Me suelto y olvido mis asuntos en el local, comienzo a caminar tan rápida como me lo permine el temor de que note mi apuro y el miedo, el frío que baja por mi columna en estas situaciones, porque sí, he pasado antes por ese pasillo de extraña vergüenza e inútil rabia, de impotencia.
Todo se acaba cuando caminas aireada lejos del lengua larga, del galán.
Pero parece que esta vez, ese no será el caso. Lo sentí arrastrarse como una serpiente tras de mí, ¿qué quiere?, ¿asustarme como lo había hecho antes?; frustración y más frustración, formando un bolo alimenticio en mi boca, negándose a bajar por mi garganta.
Y comienza la sarta de obscenidades.
Y ahora, ¿quién podrá defenderme?.
Estaba en la calle, caminando nerviosa por una avenida, con ganas de llorar mientras un tipo me sigue a punta de garabatos y...¿palabras que debería suponer como halagos?, mira a mi alrededor tanto como me atrevo: hay gente, puedo sentirla y puedo casi respirar la manera en que ignoran la situación que sucede frente a sus narices.
Más rabia y más frustración, y luego más rabia y más frustración, porque la rabia y la frustración están ocupando toda mi cabeza y no me da tiempo para pensar en dónde golpear, cómo golpear, o en gritar si quiera. Mi cabeza está tan llena que termino llorando un poco, siento otra vez una mano sobre la mía y comienzo a transpirar más copiosamente.
¿Cuánto queda para llegar a casa?, he caminado por horas y todavía no llego a casa, pesa demasiado este perseguidor y pesa demasiado ser mujer, apenas me he movido unos centímetros.
Algo se enciende cuando su mano roza la mía y escucho su risa burlona, cuando quiere que le vea la cara mientras intenta acorralarme contra la pared, algo, y ese algo me hace correr. El borracho se cae de la impresión.
Fin.
Entonces, una semana después, encargo un spray de gas pimienta por una página de internet de la ciudad. El distribuidor recomienda que lo encuentre en una estación de metro para intercambiar el par de billetes por el objeto que me dará más protección y yo acepto. No importa, estará lleno de gente.
Me apoyo contra la pared esperando al vendedor hasta que oigo—¿Spray pimienta, dama?—E incrédula abro los ojos y miro hacia todas partes, desorientada, hasta encontrarme con el perseguidor, el que me había asustado y luego seguido por varias cuadras, el que me dijo cosas obsenas y me tocó la mano que me lavé hasta las ronchas. Trato de mantener la calma, estamos en público—¡Qué linda sorpresa!—Dice, y yo me encuentro pensando, que la vez anterior él no se había detenido por la gente ni la gente lo había detenido a él. No llevaba ningún spray de gas pimienta para intercambiar.
Decidí que si salía viva, aprendería a matar gente con la uña de mi dedo meñique. Por el momento solo cerré los ojos y me puse a llorar, mientras las personas pasan, y pasan y pasan.
Un río indiferente camino al mar.
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Me da mucha rabia esto, no poder salir ni a la esquina. La mitad de la historia es real y pienso sinceramente tomar clase de karate o algo, como no existe allá afuera seguridad para mí, tendré que imponerla a la fuerza.
La imagen es "la violación" de Rene Magritte.

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