Ayer, mientras lloraba por terminar las Crónicas de Prydain, noté la diferencia entre los finales de los libros, o algo así.
Los hay finales, que es cuando terminan inconclusos o quedas medio confundido, sin entender muy bien qué ha pasado. Tú piensas, ¿final qué?, como esperando un apellido; pero no son más, solo finales que te dejan un nudo en la garganta y te hacen lanzar un suspiro de resignación.
Están los vivieron felices para siempre, tan comunes en los cuentos de hadas y es por eso, porque todo termina mágicamente bien, un deux ex machina tremendo y una boda pomposa y rimbombante para rematar. Sonríes y quedas satisfecho, se lo merecen, fin.
Y por último, están los finales felices, son estos en donde todo termina bien; el bien del tipo: no podía ser de otra manera, es lo más justo, lo más verídico, lo que es mejor para todos.
Tiene un gusto a despedida y aunque todo está bien, los personajes han tenido su buena cuota de dolor. Te encanta. Lo odias. Es un buen libro.
El punto, es que todo fin es en fin una despedida, y cuando se trata de un libro, siempre duele un poco. Tu corazón también se vuelve algo más grande, para albergar las historias y personajes que se han ganado tu cariño. Lo del corazón es una metáfora.
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