Para ese lugar, en donde al decir lluvia de rosquillas llovían rosquillas y los trasplantes de personalidad eran posibles, tal cosa como los sueños eran una burla.
¿Qué podrías desear sin que se te fuera cumplido al instante?
Bueno, existían leyendas, cuentos de hadas que contenían la existencia antiquísima y milenaria de lo que se llamaba pesadilla. Pero no era más que eso, un relato para antes de dormir.
Las pesadillas, dicen, son deseos negativos que solían atormentar a los humanos durante la época primitiva de la ciencia y la tecnología metálica.
Atormentar, se reían los niños revolcándose en su nido. Qué palabra más graciosa.
Por eso, ver a esa pequeña vagando por las calles botando lágrimas y con ojeras de kilos y kilos era de lo más extraño. ¿Qué era esa mueca?, ¿qué cosa le había causado tanta felicidad para llorar?.
En el colegio la observaban a lo lejos, con temor a acercársele hacían conjeturas a la distancia, convencidos de que ella no los deseaba cerca. Solo un valiente docente se atrevió a ir a su encuentro un día, a preguntarle con tono aterciopelado qué le sucedía, qué hacía disturbios en su corazón.
Y ella contó cosas increíbles, sobre criaturas negras y aladas que le jalaban los pies, sobre su garganta siendo tapada por la ceniza volcánica; le habló sobre sombras que la perseguían, de asesinatos que cometía cuando estaba dormida contra gente inventada y gente conocida, que veía en el supermercado al otro día; le contó sobre las interminables noches repletas de esa clase de visiones y también le introdujo sobre voces y demonios y fantasmas que se colaban en su habitación, o cuando las cosas estaban graves, en su mente.
—¿Qué está mal conmigo?
Nada. Le dijo él mientras, temblando, le tomaba la mano para conducirla no al salón sino a la oficina del director sin el director, dejándola allí sola. Cuando se volvió a abrir la puerta, entraron muchas personas y ninguna le era conocida a la pequeña, ¿cómo iban a serlo?, todas se cubrían la cara, la cabeza y el cuerpo con tela blanca; la tomaron en brazos entre varios y la llevaron con asco por los pasillos repletos de curiosos hasta una camioneta blanca en la cual acomodaron como si fuera a dormir. Le dieron galletas de chocolate y los más deliciosos manjares, lo típico en el lugar donde al decir lluvia de rosquillas llovían rosquillas y los trasplantes de personalidad eran posibles, tal cosa como los sueños eran una burla.
Lo peculiar vino después, con la concreción de sus más horribles meditaciones.
Meditaciones les decía ella. Allí en cambio, en el brillante laboratorio al que fue llevada, le decían pesadillas.
Allí, en su jaula, aprendió que era el primer humano desde hace miles de años en tener una. Una leyenda que millones matarían por vivir.
Le abrieron la cabeza. Un corte limpio y horizontal mientras ella aún estaba consciente, aunque con un montón de anestesie en el cuerpo. Sentía una brisa y leves cosquillas mientras el hule que cubría diferentes manos curiosas se paseaban por su corteza cerebral.
La idea era repartir pesadillas en lata, para que todos pudieran acceder a experimentar tal maravilla.
Cuando ella empezó a temblar y a llorar le dijeron que se calmara con una sonrisa, que todo estaría bien, que le pondrían a cada lata de pesadilla su nombre, que se convertiría en una marca reconocida.
La liberaron cuando ya era una anciana.
Cuando lograron que todo ser humano, hasta en el más remoto lugar de la Tierra2.0, lograra probar la pesadilla.
La liberaron cuando terminaron de explorar cada centímetro de su cerebro y la gente ya no hablaba de pesadillas a la hora de dormir, sino de un legendario estado que solían poseer los hombres llamado sueño.
¿Qué podrías desear sin que se te fuera cumplido al instante?
Bueno, existían leyendas, cuentos de hadas que contenían la existencia antiquísima y milenaria de lo que se llamaba pesadilla. Pero no era más que eso, un relato para antes de dormir.
Las pesadillas, dicen, son deseos negativos que solían atormentar a los humanos durante la época primitiva de la ciencia y la tecnología metálica.
Atormentar, se reían los niños revolcándose en su nido. Qué palabra más graciosa.
Por eso, ver a esa pequeña vagando por las calles botando lágrimas y con ojeras de kilos y kilos era de lo más extraño. ¿Qué era esa mueca?, ¿qué cosa le había causado tanta felicidad para llorar?.
En el colegio la observaban a lo lejos, con temor a acercársele hacían conjeturas a la distancia, convencidos de que ella no los deseaba cerca. Solo un valiente docente se atrevió a ir a su encuentro un día, a preguntarle con tono aterciopelado qué le sucedía, qué hacía disturbios en su corazón.
Y ella contó cosas increíbles, sobre criaturas negras y aladas que le jalaban los pies, sobre su garganta siendo tapada por la ceniza volcánica; le habló sobre sombras que la perseguían, de asesinatos que cometía cuando estaba dormida contra gente inventada y gente conocida, que veía en el supermercado al otro día; le contó sobre las interminables noches repletas de esa clase de visiones y también le introdujo sobre voces y demonios y fantasmas que se colaban en su habitación, o cuando las cosas estaban graves, en su mente.
—¿Qué está mal conmigo?
Nada. Le dijo él mientras, temblando, le tomaba la mano para conducirla no al salón sino a la oficina del director sin el director, dejándola allí sola. Cuando se volvió a abrir la puerta, entraron muchas personas y ninguna le era conocida a la pequeña, ¿cómo iban a serlo?, todas se cubrían la cara, la cabeza y el cuerpo con tela blanca; la tomaron en brazos entre varios y la llevaron con asco por los pasillos repletos de curiosos hasta una camioneta blanca en la cual acomodaron como si fuera a dormir. Le dieron galletas de chocolate y los más deliciosos manjares, lo típico en el lugar donde al decir lluvia de rosquillas llovían rosquillas y los trasplantes de personalidad eran posibles, tal cosa como los sueños eran una burla.
Lo peculiar vino después, con la concreción de sus más horribles meditaciones.
Meditaciones les decía ella. Allí en cambio, en el brillante laboratorio al que fue llevada, le decían pesadillas.
Allí, en su jaula, aprendió que era el primer humano desde hace miles de años en tener una. Una leyenda que millones matarían por vivir.
Le abrieron la cabeza. Un corte limpio y horizontal mientras ella aún estaba consciente, aunque con un montón de anestesie en el cuerpo. Sentía una brisa y leves cosquillas mientras el hule que cubría diferentes manos curiosas se paseaban por su corteza cerebral.
La idea era repartir pesadillas en lata, para que todos pudieran acceder a experimentar tal maravilla.
Cuando ella empezó a temblar y a llorar le dijeron que se calmara con una sonrisa, que todo estaría bien, que le pondrían a cada lata de pesadilla su nombre, que se convertiría en una marca reconocida.
La liberaron cuando ya era una anciana.
Cuando lograron que todo ser humano, hasta en el más remoto lugar de la Tierra2.0, lograra probar la pesadilla.
La liberaron cuando terminaron de explorar cada centímetro de su cerebro y la gente ya no hablaba de pesadillas a la hora de dormir, sino de un legendario estado que solían poseer los hombres llamado sueño.
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el óleo se llama "Dreamers", de Albert Joseph Moore

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