lunes, 8 de julio de 2013

El telégrafo.

Samuel Morse y Alfred Vail.


Cuando escuchaba esa conversación sobre electromagnetismo en el barco, no pensó que su vida daría un vuelco tremendo.

Sufrió una especie de epifanía, sí. Se encerró en su estudio durante meses sin más que una idea en su cabeza, sí. Destrozó su amado caballete para ver nacer su idea, sí. Tenía en su cerebro una visión que cambiaría la manera en que los humanos se comunicaban, sí.

Pero eso era lo de menos.

Teniendo nada más que una especie de maqueta para mostrar a algún profesor a cambio de burlas, las cosas cambiaron cuando vino a verlo su querido amigo Alfred Vail, con la promesa de tener algo que echara andar su estrafalario instrumento.

Trajo con él una maleta y de ella sacó, para estupefacción de Samuel, un frasco con diminutas criaturas. Enanos los llamó él, con graciosos atuendos que Alfred probablemente le había encargado a algún juguetero por allí. No dijo nada hasta que abrió el frasco.

Preguntó cómo y cuándo los había conseguido y por qué los había traído.

Su compañero le contestó que nada de eso tenía importancia, solo que su casual descubrimiento no lo había hecho público porque quería estudiarlo él mismo y que los había traído por eso mismo, que lo poco que había logrado descubrir le serviría en esa idea disparata que tenía.

¿Y cómo?

Alfred abrió la tapa del frasco y le indicó a Samuel que se acercara. Él lo hizo con desconfianza, pero una vez que sus oídos y ojos hicieron lo suyo no quiso otra cosa que meterse en el pocillo junto con las criaturas.

Preguntó que era ese sonido que hacían los llamados enanos.

Le contestaron que así se comunicaban, por golpes y palmas; unos más largos que otros y así distinguían una letra de otra.

Morse pensó que era un código eficaz y sencillo, ideal y simple para transmitir por el tosco aparato que tenía en mente. Se dijo que estudiaría esa comunicación tan peculiar y la pondría en práctica.

Pero su compañero de travesuras tenía algo más en mente. Le dijo que pusiera atención, que lo más importante era la magia de los enanos, que sus trucos harían que sus más locos sueños se hicieran realidad. Acto seguido puso a las pequeñas criaturas en el objeto de madera que Samuel había decidido, reemplazaría al primitivo telégrafo que ocupaban en los campos de batalla.  Luego de que los pequeños estuvieran sobre la superficie, comenzaron a saltar sobre él y...¡empezó a funcionar!

Al ritmo de lo que era su lenguaje, una la boleta comenzó a salir de la máquina con un mensaje grabado. Morse corrió hasta el lugar, tomó la pieza de papel  decía, a su manera:

"Ayuda"-

Un escalofrío lo recorrió de pies a cabeza. Su sueño se había hecho realidad, y ahora estaba en el umbral de una nueva época.

—Ya te decía yo que tienen una magia de lo más curiosa.

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Pues....no sé.
Me gustaría escribir sobre la invención de varios aparatos de esta manera.

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