miércoles, 22 de mayo de 2013

Prejuicios



Mi cara se desfiguró en un incendio malintencionado en mi casa. Papá y mamá se lanzaban ollas e insultos, que aveces tenían que ver conmigo, cuando ocurrió.

Lo recuerdo muy bien, mi padre justo me gritó bastardo cuando las llamas se abalanzaron hambrientas sobre mi cara.

Ese breve recuerdo
y mi rostro monstruoso son los datos que más vuelven locos a los periodistas cuando me entrevistan cada vez que salgo de la cárcel.

¿Qué puedo decir?
las heridas causan lástima.
Y también causan asco.

No importa cuantas veces muestren mi nombre y mi silueta en televisión, ni los crímenes que haya cometido, ni las veces exageradas que he salido libre, sin un rasguño. No es por eso que la gente me ve asustada en la calle, ni es esa la razón por la que evitan sentarse a mi lado en el transporte público.

Es por mi rostro.

 Todos lo días. A cada momento, le echan más y más leña a ese incendio que a pesar de los años no ha podido ser apagado.

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