Él tenía una visión muy especial del mundo. Él tenía la visión del mundo entero.
Veía esos pequeños seres moviéndose entre el polvo, estirando sus deditos entre la basura, pidiéndole ayuda cada vez que lo veían pasar por la calle. ¿Y quién era él para negarle algo a esas deliciosas criaturas, pálidas y celestiales como el primer rayo de luz que se asoma tímido a calentar la tierra?, él no era nadie, él era solo una cosa enorme que ocupaba demasiado espacio. Los llevaba a su casa en sus casas, porque eran delicados y si se separaban del lugar donde habían nacido morían, ¿cuántos pequeños había visto deshacerse entre sus manos arrugadas en esas primeras mudanzas, sin saber nada de su lenguaje más que esos lamentos y esos gestos de auxilio?
Lo consideraba su trabajo y en él se ocupaba todo el día. No tenía otra cosa que hacer de todos modos.
Así fue como se acumularon en su hogar diversos hogares, de todos tipos y tamaños, sus rescatados solían vivir en diversos sitios, desde el cuesco de una manzana abandonada en mitad de la calle, no faltaban los malditos insensibles que lanzaban las frutas una vez que ya se las habían acabado, hasta en un pedazo de piel muerta olvidada en su almohada, cualquier objeto del que retirara su pupila un instante al otro ya estaba poblado, un solo segundo de superficial soledad y el objeto cualquiera ya clamaba por compañía; bajaban (¿o subían?) entonces los seres diminutos a acariciar y sacar a manotazos la tristeza de las figuras solitarias.
Tal vez por eso él podía verlos, y a veces, hasta comunicarse con ellos.
Se sentía tan solo.
A veces despertaba con la suave brisa de sus movimientos cautelosos y se reía de la sensación que eso provocaba en él, ese presentimiento loco que a pálpitos le contaba la historia de un hombre al que no le fue dado el don de ver cosas que los demás no podían, sino de un humano cualquiera al que se le había otorgado la bendición de tener con quienes compartir sus últimos años en una ciudad donde nadie sabía de él, o donde nadie quería saber de él.
Un nombre, siempre quiso ponerles un nombre.
Uno para todos ellos que eran un montón y que día tras días iban aumentando, así como los diferentes objetos en los que solían habitar.
Había ratos en los que dejaba de verlos, momentos de pánico en los que miraba al rededor y solo veía basura, objetos inservibles, excremento (los más huraños vivían en esos lugares) y alimentos descompuestos: sentía terror y luego una soledad inmensa. Dormía hasta que el cuerpo le ordenaba despertar y entonces, los volvía a ver, preocupados, vigilando su sueño, presurosos por abrazarlo sintiendo ellos también el temor de perderlo, a él, el único que podía verlos.
Fue por esa época que se le ocurrió una palabra mítica y dulzona para llamarlos cuando llegara a casa con nuevos compañeros. Eran unas cuantas letras azarosas que al juntarlas sonaban mágicas.
Pero no pudo decírselas como él quisiera, un día, la rutina se hizo añicos como la puerta de madera de su casa al tiempo que entraban hombres desfilando al son de sus suelas mientras lo llamaban por su nombre, patearon los hogares de los pequeños sin darle la ocasión a explicar, él tuvo que saltar contra los uniformados, mordiéndoles los brazos acolchados y pateando huesos de acero, creyó ganar por un segundo que en realidad estaba perdiendo, pero entonces entró más gente de uniforme, de blancos, puros, blancos y engañosos uniformes, lo tumbaron en el suelo y lo pincharon con algo que no pudo identificar, lo arrastraron fuera de casa mientras aún tenía algo de consciencia, mientras veía a los seres sin nombre amontonándose temblando, gimiendo al no poder hacer nada además de chillar mudos. Él por su parte, supo que no volvería allí ni a ver a alguna de esas criaturas, por eso usó su último segundo cerca de ellos, su último aliento, pronunciando con cuidado la palabra que había creado para ellos, ese grupo de letras bonitas que había rescatado a hachazos de alguna parte de su interior
con lágrimas en los ojos murmuró, aunque él pensó que estaba gritando:
Adiós, mis Amigos.
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vocabulario
síndrome de diógenes: es un trastorno del comportamiento que afecta, por lo general, a personas de avanzada edad que viven solas. Se caracteriza por el total abandono personal y social, así como por el aislamiento voluntario en el propio hogar y la acumulación en él de grandes cantidades de basura y desperdicios domésticos. [x]
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