domingo, 31 de marzo de 2013

Cabaret

Duele.

Una vuelta más sobre sus pies, sobre las puntas de sus pies.
Que sintiera dolor le hacía pensar que era una mala bailarina, pero no podía dejar que el público lo notara. Incluso en las escenas tristes, jamás le daba un minuto libre a su sonrisa, la mantenía trabajando a todo lo que daban sus mejillas.  La crítica decía que esa era su más grande debilidad: no sabía transmitir emociones mientras danzaba, ni era capaz de poner esa boquita erótica al mirar a los ojos. Tonterías, ¿qué otra cosa sino una sonrisa permanente es signo de infinita tristeza y dolor?, y si esas, por alguna extraña bifurcación académica ya no eran emociones, no le molestaba vivir sin ellas.

Calificada como una fracasada, le gustaba imaginar las caras de los dueños de esos insultos entre el público asombrado, entre la gente que, desesperada, trataba de alcanzar alguna parte de ella mientras se movía al ritmo del pas de deux. A veces les daba el lujo de subir a acompañarles, los sentaba en una silla y daba vueltas a su alrededor mientras ellos, extasiados, vaciaban sus billeteras dejándole sonrisas verdes entre los tules del tutú. De vez en cuando, agregaba pasos a la coreografía: una leve inclinación hacia adelante y hacia atrás, un error calculado al resbalar una rodilla contra el suelo, al sujetarse del regazo de algún voluntario que volvería al día siguiente, rogando por más.

Baila todos los días de Lunes a Sábado, la noche entera con una notable orquesta electrónica y un ambiente de luces y humo de la mejor calidad, tiene los atuendos más trabajados, los más pequeños, los más trasparentes, es la envidia de las otras bailarinas que apenas pueden con sus pieles flácidas y una elongación de 180° , las propinas se triplican en las mesas que dan frente a su actuación y acumula varios reclamos por acoso sexual, trofeo legítimo de éxito, incluso el cartel de promoción tenía su imagen impresa.

El dolor del cuerpo podía quedar en segundo plano, los sueños que tuvo alguna vez, también, las clases de ballet a las que asistió desde pequeña valieron cada céntimo, la sonrisa que fuerza en su cara a veces es casi genuina, haya en las miradas lascivas y en los apodos sucios verdadera satisfacción, cuando su hija pequeña le pregunta en qué trabaja, puede decir que es bailarina con orgullo, ¿qué importa lo demás?, qué importa que el cliente de ayer la haya golpeado por no querer acostarse con él, qué importan las miradas recelosas en la iglesia, qué importa que a su pequeña no la quieran aceptar en ningún colegio, qué importa que ya no crea en el amor, qué importan esas pesadillas donde baila en el teatro nacional, qué importa llegar a ese recinto con olor a orines y a cigarros. Nada, no importa nada.

Nada importará mientras le dejen seguir bailando ballet al ritmo de un pas de deux tarareado por sus entrañas y una melodía dolorosa que gritan los parlantes del cabaret de la calle 28 a las dos de la mañana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario