No lo podía creer. Me reí para adentro y para afuera, acomodé mejor el trasero en la silla, me agaché para que no me vieran los cachetes rojos, me mordí la lengua y conté hasta veinte.
Que nadie, nadie, nadie sepa lo feliz que fui cuando vi que habíamos comprado la misma bebida. Probablemente, en el mismo lugar.
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