Siempre he pensado que heredé lo peor de la familia y las circunstancias:
la capacidad de enojarme, gritar y decir garabatos de mi papá y la tendencia a estar triste y martirizarme de mi mamá. También cargo en el cuerpo con la flojera y la resignación de la clase media-media, con miedo a querer más y desconfianza hacia los sueños, una secreta admiración por las historias de amor eterno.
Pero hoy mi mamá se puso a llorar y mientras pensaba que hacemos las mismas caras y gestos, lo que más me sorprendió fue constatar que lloramos por las mismas cosas: por puras weás.
También me di la respuesta que, en verdad, no es que sea algo malo o bueno. Es solo...la familia.
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