domingo, 20 de abril de 2014

Temporada de conejos

Se especializó como cirujano, pero no le sirvió de nada, así que dejó la ciudad y se fue a meditar a los bosques. De todos modos, entrar a estudiar medicina solo era parte de una meta mucho mayor, y en cuanto a eso de salvar vidas humanas o cualquier aspecto del hombre, lo tenían sin cuidado. Él quería más, él lo había soñado toda su vida desde que vio uno de ellos por casualidad, mientras su abuelo exhalaba el último aliento: húmedo, rabajoso, quejumbroso. Inútil.
Creyó que estaban dentro de uno mismo, pero estudiando el cuerpo notó que no y lloró dos noches seguidas. Fue a buscarlos. Olvidó que los buscaba, a propósito. Ayunó durante meses y no abandonó ese lugar frente al río, aunque creció y se secó.
Cuando el ángel bajó a buscarlo, para darle su merecido descando, o quién sabe y a quién le importa qué; recordó por qué estaba ahí y lo atrapó.

La cirugía sí sirvió después de todo, le quitó las alas para hacerse él un bonito par. Pero estas no funcionaron como quería.

Lástima, terminaron siendo un muy buen disfráz en una tienda de ropa de segunda mano.

Se cambió de ciudad y abrió una pequeña clínica. Tenía una vida normal.
Pero oye, su esposo es un tipo muy raro: asustadizo, raquítico; pero oye, parece que se aman: cuando él llega a casa y el esposo corre a abrir la reja de la casa que comparten, con lo que parecen ser, lágrimas de felicidad.

Porque en estos días solo se llora de alegría, ¿verdad?.

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